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Esta es la tapa virtual

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Diario y Capítulo 11

 Diario de Moira. Ashram de Sri Ramana Maharshi


26 de enero, por la noche


   Después de los recuerdos de anoche me quedé muy triste. 

   Sri Ramana dice que todo es mental…

   Sí, todo es mental… y mi tristeza también… es mental. Pero está ahí, no puedo evitarla. 

    El dolor regresó con tanta fuerza como si él se hubiera ido ayer. Y ya han pasado cuatro meses. 

   Y no es solamente dolor… Es enojo…, resentimiento…, incomprensión…

   Pasé una mala noche, casi no dormí, y hoy de mañana no pude sentarme. Salí a caminar por los alrededores del ashram y lloré un poco.

  Pero por la tarde me sentí mejor y pude practicar. Y estuve meditando durante muchísimas horas, para compensar la falta matutina.  


   Ahora estoy sentada frente a la ventana, mirando la noche estrellada… Es una noche maravillosa, perfecta para recordar las semanas posteriores a la partida de Joan…



Capítulo  11


Me voy de Rishikesh. Un largo viaje


    Estuve sumergida en la tristeza hasta que un mediodía algo pasó: comprendí que no podía seguir de esa manera. La fuerza de la vida fue más fuerte  y pensé: ¡es necesario y urgente salir de este estado! 

   Era cierto, tenía que continuar viviendo. Y como no sentía que mi viaje hubiera concluido, tenía que continuar viajando… 

   Después de una larga ducha, junté todas mis cosas y las metí en el bolso. Lo que había dejado Joan lo puse en un cajón del armario: ya verían los empleados del hotel qué hacer con eso. Solamente conservé uno de sus libros, un ensayo sobre el Budismo y la impermanencia, y lo llevé no como recuerdo sino porque deseaba leerlo. 

  ¿Y hacia dónde seguir?... 

   Había varias posibilidades, pero de nuevo sentí esa confusión, tan típica en mí y tan ausente durante los meses junto a él. Sólo estaba claro el impulso de partir, de alejarme de los lugares que me recordaran a Joan y al tiempo vivido juntos. 

   Finalmente me decidí: era el momento apropiado para visitar Nepal. Sabía que era un país muy distinto y que allí estaba Pokhara, un lugar encantado al borde de un lago. Además, Rishikesh está en el norte, bastante cerca de Nepal, y supuse que el viaje sería fácil y directo. 

   Pero en el hotel me informaron que no había nada directo desde Rishikesh, que me convenía ir primero a Delhi y desde allí viajar a Nepal. 

   Por suerte había muchos horarios de autobuses con destino a Delhi y era posible viajar de día, así que fui caminando hasta la parada y me subí al primero que salió…  Y miré por última vez las calles de Rishikesh, adonde nunca más volvería: demasiadas imágenes penosas.


  Después de ocho horas o más, llegamos a la capital de la India, y era muy avanzada la noche cuando descendí del ómnibus. Lo más razonable hubiera sido tomarme un taxi, ir al hotel de siempre, descansar un día y luego seguir hacia Nepal. 

  Pero no deseaba quedarme en Delhi, deseaba continuar el viaje. Mi tristeza era abrumadora y sentía el viaje hacia Nepal como un movimiento vivificante. No quería detenerme, y menos aún en Delhi, la ciudad-caos, donde nunca me gustaba quedarme demasiado.

   Empecé a deambular por la estación y a investigar si había vehículos que fueran hasta Gorakhpur, la ciudad cercana a la frontera con Nepal. Después de averiguar bastante supe que los había, pero era necesario esperar a que amaneciera para comprar el pasaje.

   Me senté cerca de la ventanilla donde los vendían… A pesar de que era plena madrugada, había bastante gente circulando y muchos autobuses partiendo o llegando. 

  Cuando al fin se abrió la ventanilla, ya éramos una larga cola esperando. Y cuando estuve frente al empleado, me dijo que sólo había lugar en un vehículo expreso que salía por la tarde. Sin pensarlo dos veces compré un pasaje, aunque hubiera sido más sensato ir al hotel, descansar y viajar al día siguiente.

   Soporté como pude las horas que faltaban, que eran muchas. Tomé numerosos chais, comí algo, caminé por la estación y sus alrededores… Mi cansancio era enorme y mi tristeza mayor…   

  Finalmente me subí al ómnibus. Era bastante antiguo, lo cual significaría un viaje incómodo. Pero estaba tan cansada y tenía tanto sueño, que apenas el vehículo salió me quedé dormida, y aunque de a ratos me despertaba, enseguida me dormía de nuevo. Fue toda una novedad. 

   Llegamos por la mañana a una ciudad que parecía grande y linda. Se veían las montañas y hubiera sido interesante detenerme para conocerla. Pero yo quería continuar. 

   Los vehículos hacia Sunauli, la ciudad fronteriza, había que tomarlos fuera de la estación, y después de una breve caminata llegué al lugar donde estacionaban. 

  Me subí a uno que supuestamente ya salía, pero tuve que esperar un buen rato, ya que esos viajes no tenían horario fijo y partían cuando los coches estaban completos. Me reí para mis adentros, pensando que eso únicamente podía suceder en la India. Y me alegré por ese repentino buen humor. 

  El viaje duró tres horas, y a pesar de los saltos que daba el desvencijado vehículo me agradó: estuve mirando el paisaje, que iba creciendo en belleza y grandiosidad a medida que avanzábamos.     

  Al llegar a la pequeña ciudad de Sunauli supe que necesitaría una visa y por lo tanto fotografías. Pero todo estaba organizado para los viajeros a Nepal. Enseguida encontré un pequeño y destartalado negocio donde me hicieron las fotografías requeridas.

  Sunauli merecía una breve caminata para conocerla, que debido a su pequeñez no me hubiera llevado mucho tiempo, pero mi ansiedad por cruzar la frontera era enorme, así que me apresuré hacia la salida… Ésta era simplemente una calle que se continuaba de un país al otro, con las oficinas aduaneras a un costado. 

  Y dejé la India, después que me pusieran un sello de salida en el pasaporte. Y entré en Nepal, junto a muchos otros... A pie, en rickshaws, en bicicletas, en autos y camiones, un enorme gentío se desplazaba entre ambos países. 

  Ya del lado nepalí, hice los trámites para tener mi visa. Fue rápido, y una vez sellado el pasaporte empecé a caminar… La ciudad nepalí era una continuación de la ciudad india, aunque me pareció más cuidada, o más próspera. Después de andar un poco me subí a un rickshaw, el cual me acercó a la terminal de autobuses… Había varios con destino a Kathmandú, pero todos salían unas horas después. Y me dijeron que eran muchísimas horas de viaje y que llegaríamos a la mañana del día siguiente.

   Durante las horas de espera me dediqué a pasear por los alrededores… Y empecé a notar rostros distintos, con otro tono en la piel y con los ojos rasgados… Di muchas vueltas, hasta que llegó la hora de partir. 

   Los vehículos eran bastante antiguos y la cantidad de gente que viajaba era impresionante.  Después de salir, el bus continuó parando a cada rato para que subieran más pasajeros. Éstos se iban ubicando como podían, algunos de pie y otros sentados en el suelo, entre los asientos. Por eso el viaje demoraba tanto, a pesar de que no era tan grande la distancia hasta Kathmandú. No muy distinto a los autobuses en la India. 

   Pero la gente sí era distinta, al menos muchos de ellos: otra forma de vestirse, otros rasgos, otras razas… Me distraje mirándolos y mirando el paisaje, que era asombroso. Lomas ondulantes, montañas y árboles que parecían tocar el cielo: todo era muy verde y muy hermoso. 

 

   Antes que anocheciera el ómnibus hizo una parada importante, en un lugar con una vista increíble, donde había muchos otros vehículos detenidos y varios comercios que ofrecían comida.  

   No tenía hambre, y además llevaba conmigo fruta y galletas, pero sí necesitaba ir al baño. En el establecimiento que me pareció más limpio, compré un agua mineral y pregunté donde estaban los baños. 

  Me señalaron una fila de gente delante de una pequeña tienda, la cual estaba construída con maderas y lonas. Me ubiqué en la fila y vi a la gente que entraba y salía del excusado-tienda, el cual tenía una franja abierta en la parte alta. Esa franja permitía ver los movimientos de los que estaban adentro. Los hombres daban enseguida la espalda, pero se veían las maniobras de las mujeres tratando de acomodarse en el reducido espacio.

  Me pareció espantoso: un excusado casi al aire libre, con espectadores.

  Volví al negocio y pregunté si no había otro sitio. El empleado, con sonrisa burlona,  me señaló un campo al otro lado de la ruta. 

  Me acerqué al lugar, el cual estaba a unos cien metros del camino. Era un vasto terreno que carecía de árboles, apenas algunos arbustos bajos. En un espacio a la derecha vi a muchos hombres y niños aliviándose, de pie o acuclillados, y en otro espacio a la izquierda,  a muchas mujeres y niñas haciendo lo mismo. 

  De nuevo me pareció espantoso, aunque ese campo al aire libre, dividido por sexos, era más decoroso que la tienda con espectadores. Allí nadie miraba a nadie, y cada uno estaba ocupado en sus cosas. 

  Así que haciendo un esfuerzo, un esfuerzo que implicaba romper con todos mis condicionamientos, busqué un lugar en la zona femenina, el más apartado, y cerrando los ojos me acuclillé… 

  Esa noche volví a dormir, y eso que éramos tres personas en una butaca para dos. Dormí profundamente, aunque mis dos compañeras de asiento (una mujer anciana y su voluminosa hija) me mantuvieron apretada contra la ventanilla durante toda la noche. Pero casi no me enteré.

   

Kathmandú. Pokhara

 

   Cuando llegamos a Kathmandú, y a pesar de haber dormido toda la noche, me sentía completamente agotada. Era miércoles, y había salido de Rishikesh el domingo a la siesta: tres días con sus noches viajando. 

   Me hospedé en el primer hotel cómodo que encontré, el cual también tenía restaurante, y allí pasé un par de días, durmiendo muchísimo y dando rápidas caminatas por la ciudad, que me deslumbró. 

   En otras circunstancias, Kathmandú me hubiera deslumbrado más aun, al menos la parte antigua, con su abundancia de templos, palacios y monumentos, y sus edificios con forma de pagoda. La ciudad está en un valle, entre las altas montañas de los Himalayas, y es muy antigua y muy bella. Aunque gran  parte de la población pertenece a la religión hindú, se advierte enseguida que es otra cultura. Y el Budismo tiene allí una notoria presencia, debido a sus templos y a los numerosos monjes budistas que circulan.

  La comida era más atractiva que en la India, y aunque yo estaba comiendo muy poco, me gustó sentarme en alguno de sus bares, donde se podían pedir porciones de tarta de chocolate o limón, y escuchar música de grupos famosos como Pink Floyd, Santana y  Supertramp.  

   Lo hubiera disfrutado mucho en otro momento, pero debido a la tristeza no pude.  Ni la belleza de Kathmandú, ni sus bares y restaurantes con comida y música para occidentales,  lograron mejorar mi estado anímico.  

  Por eso, después de unos pocos días y ya recuperada del cansancio del viaje, tomé un autobús que me llevó hasta Pokhara, mi meta. 

  Después de un viaje de varias horas, llegamos a una ciudad no muy grande y relativamente nueva. Allí tuve que subirme a otro vehículo que iba a la zona del lago.

   Esta vez fue un breve trayecto. Y descendí en un lugar de increíble belleza, con un gran lago y elevadísimas montañas por detrás: el macizo del Annapurna. Había jardines naturales alrededor del lago, y el verdor de árboles y plantas se reflejaba sobre la calma superficie,  junto a la imagen de los picos nevados. 

   Conseguí rápidamente una habitación con baño, en un edificio pequeño y sencillo que era el anexo de un hotel, igualmente sencillo, ubicado más lejos. Por la ventana de mi habitación se podía ver el lago, su vasta y quieta superficie; y al asomarme vi a varios occidentales,  jóvenes en su mayoría, que iban y venían por los senderos que rodeaban al lago.


   Pronto comprobé que lo que había escuchado sobre Pokhara era cierto: el lugar, además de bello, tenía algo particular en su energía, algo que apaciguaba, que armonizaba…

  ¿Por qué esa energía calmante?... ¿Sería el lago, sus aguas quietas?... El agua purifica, limpia… ¿Sería el lago?... ¿O las montañas? 

   Sea cual fuese el motivo, empecé a sentirme mejor: me pareció que mi tristeza dolía menos.

   Y me dediqué a recorrer incansablemente los senderos, alrededor del lago y por sus inmediaciones…  Descubrí las casas campesinas, con paredes color terracota y techos de paja, y a la gente nativa… Me asombraba ver a las mujeres llevando enormes canastos sobre la espalda, los cuales sostenían con su cabeza mediante una correa.   

   Comencé a sentir apetito de nuevo, y fue agradable. Entre los bares y restaurantes, había uno muy simpático, con mesas grandes que se compartían y comida naturista.    Me hice clienta habitual y empecé a conocer gente… 


Gracia Lakshmi


   Un mediodía estaba comiendo una deliciosa hamburguesa vegetariana, hecha con vegetales y lentejas, cuando varios jóvenes se ubicaron en mi mesa. Una de las chicas pareció simpatizar conmigo, pues me miraba con frecuencia y me sonreía. 

   Su belleza y vitalidad eran desbordantes: la piel oscura, un rostro donde asomaba ‒aunque ligeramente‒ la raza negra, y cabellos ensortijados en una abundante melena. 

   Pronto comenzamos con las preguntas habituales… Supe que era brasileña, que se llamaba Gracia Lakshmi y que hacía muchos meses que estaba viajando.  El nombre de Lakshmi lo había recibido de un maestro cuyo nombre no recuerdo, y cuyo ashram estaba en algún lugar del oeste de la India.  Ella lo usaba unido al suyo de nacimiento y ambos nombres armonizaban por completo con su personalidad. Lakshmi es la divinidad de la belleza y la abundancia; es una energía muy sensual y terrestre… Y Gracia Lakshmi era hermosa, sensual, espléndida: casi como una encarnación de la diosa.   

   Un par de días después volvimos a encontrarnos en el restaurante naturista, y como ella quería conversar y allí éramos muchos, le propuse ir a sentarnos a la orilla del lago… 

   Nos sentamos muy cerca del agua, que estaba quieta, tan quieta como siempre, con esa placidez contagiosa…

    Gracia Lakshmi me habló de sus enredos amorosos: tenía varios pretendientes y no sabía cuál elegir.  Después quiso saber acerca de mí:

—Tienes la mirada triste, llena de nostalgia… Siento que algo te aconteció… ¿Qué fue?

  Tuve que contarle la historia con Joan y el doloroso final, pero me hizo bien. Es bueno contarle nuestras penas a una persona que nos escucha con simpatía.     

   Me escuchó largo rato, sin interrumpirme, y luego dijo:

—Te voy a llevar a que conozcas a un guru que tengo por aquí. Se llama Baba Boom Shiva… Es un ser extraordinario, un verdadero maestro, aunque nada convencional. Ya verás… 

   Como muchos de los buscadores espirituales, Gracia Lakshmi tenía varios maestros.  Yo también, y con todos ellos estaba construyendo mi religión personal. En mi altar itinerante había una cruz, una foto del padre Mark, otra de Sri Aurobindo, una postal  con la imagen de Krishna* (la divinidad hindú que más me atraía), otra postal con la imagen del Buda, y un pequeñísimo florero de cerámica para las flores.  

   Por eso, la idea de conocer a otro maestro me atrajo de inmediato, aunque no tenía idea de cuán poco convencional era el ser que iba a conocer y de lo que ocurriría en consecuencia. 


Baba Boom Shiva 


   Al día siguiente me encontré con Gracia Lakshmi para ir juntas al ashram de Baba Boom Shiva. Ella me dijo que Baba era en realidad un occidental, un norteamericano que llevaba mucho tiempo en India y Nepal, países que había recorrido de un rincón al otro como sadhu. También había pasado muchos años junto a maestros hindúes y budistas, quienes lo habían guiado en sus prácticas espirituales hasta que se iluminó. A partir de eso,  y para impartir sus enseñanzas, había fundado este ashram en Pokhara.  

   Cuando llegamos vi que se trataba de una vivienda similar a otras de la zona, pero pintada de azul y lila. Tenía por delante un bello jardín con muchas plantas, donde distinguí a varios jóvenes sentados o recostados sobre el césped, al sol y a la sombra, conversando o con los ojos cerrados. 

   La puerta de la casa estaba abierta y entramos en un vestíbulo pequeño y modesto, con algunas sillas y un par de mesitas. Junto a la puerta de entrada noté varios estantes para dejar el calzado y frente a ella, separado por unas alegres cortinas claras, estaba el salón donde Baba daba sus charlas.   

   Al entrar yo había notado un aroma extraño, igual o parecido a uno que advirtiera en Kathmandú, por las calles o en los bares. Y mientras nos descalzábamos, le pregunté a Gracia Lakshmi acerca de ese aroma. 

   Me miró extrañada, y con una sonrisa preguntó:

—Pero... ¿no lo sabes?

  Negué con la cabeza. 

—Es marihuana… ¿Nunca fumaste marihuana?... Baba fuma y los que lo seguimos también… 

   Me sentí ridícula al decir que nunca había fumado, quizás anticuada, y al mismo tiempo me produjo desconcierto y algún rechazo su confesión: ¡un guru fumando marihuana! 

   Más tarde supe que eso era bastante común entre los sadhus, que en la India es una planta muy respetada desde tiempo inmemorial (allí se llama ganja* o bhang*),  y que junto al  hashish, un derivado que se hace prensando la resina, era algo muy corriente también en Nepal… Pero en ese primer momento casi me asusté, aunque no dije nada.

   Baba ya había empezado su charla de ese día e ingresamos en el salón, el cual era un largo rectángulo, con el suelo cubierto por alfombras y almohadones. Había muchos chicos y chicas sentados,  y de inmediato volví a percibir el aroma a marihuana, que allí era fuertísimo. 

   Al fondo del salón, sobre una pequeña alfombra que imitaba una piel de tigre, estaba sentado un sadhu de cabellos grises anudados en lo alto de la cabeza. Tenía un largo mala sobre su pecho desnudo y sostenía una pipa, de la cual fumaba, ofreciéndosela de vez en cuando a alguno de los discípulos que tenía cerca.

   Enseguida advertí que no era la única pipa en el salón: había muchas, que circulaban de unos a otros.

  Nos abrimos camino por uno de los costados, hasta encontrar un pequeño espacio cercano al disertante. Y allí  nos ubicamos. 

   Pude verlo mejor… Tenía sobre la frente unas franjas de ceniza horizontales y como única vestimenta un dhoti. Los caminos del Asia habían teñido su piel de un cobre oscuro y era tan delgado que se le notaban las costillas. A diferencia de la mayoría de los sadhus, no usaba barba, y en su rostro de pergamino brillaban un par de ojos claros.

 Me concentré para escucharlo: Baba Boom Shiva estaba disertando sobre la naturaleza de la Realidad… Su discurso era casi erudito, su voz agradable, y presté mucha atención por algunos minutos, hasta que dejé de hacerlo. Mi mirada se paseó por los rostros de los oyentes y sus expresiones: asombro, admiración, respeto, deleite… Serían unos cincuenta o sesenta chicos y chicas, todos jóvenes, de rostros bellos y alegres… 

 De pronto, mi contemplación de los demás fue interrumpida por unas inesperadas carcajadas, por estruendosos gritos y aplausos que estallaron entre mis compañeros. 

 No supe en ese momento qué había motivado las risas, pero me di cuenta que el humor irónico era parte del estilo de Baba. Matizaba sus enseñanzas con historias y anécdotas que hacían reír a todos, aunque él casi nunca lo hacía. Sólo esbozaba una mueca irónica, moviendo la boca hacia su derecha, mientras los demás se desternillaban de risa, gritaban y aplaudían. 

 Yo estaba muy asombrada...   

   En algún momento, alguien me puso un chillum* en la mano. Lo miré, temerosa pero curiosa, vacilando… Gracia Lakshmi me dio un codazo.

—Vamos..., prueba...

   Yo había fumado cigarrillos, en ocasiones sociales, y me gustaba aspirar el humo, sin embargo dudé unos instantes: esto no era tabaco, era droga…  

   Finalmente, después de algunos segundos titubeando, llevé el chillum a mis labios. Aspiré un par de veces, y un humo casi picante ardió en mi garganta.

   Volví a aspirar varias veces…, hasta que Gracia Lakshmi me arrebató la pipa.

 Hubo una inmediata sensación desconocida, muy agradable, que me invadió por completo… Y enseguida, en un abrir y cerrar de ojos, todo estuvo bien… 

 Me sentí muy a gusto allí, entre el humo y la gente. Me olvidé de Joan y de mi dolor (que como un fantasma estaba siempre presente, aunque no pensara en eso), y un cosquilleo placentero recorrió mi cuerpo en todas direcciones.  

—¿Viste?... Es un poderoso calmante… Se te irá la tristeza  —musitó en mi oído Gracia Lakshmi.  

  ¿Se iría la tristeza?... Eso parecía… Me sentía ¡tan bien! que me costaba creerlo… Y al volver a prestar atención a lo que Baba decía,  sus palabras me parecieron  reveladoras.  

   Pero era un estado nuevo y extraño: el piso parecía ondular, los sonidos reverberaban, los colores brillaban… Y las imágenes, ideas y comprensiones, se sucedían a vertiginosa velocidad.

   Sin embargo, era consciente de todo…, agudamente consciente.

   

El Camino de las Sustancias 


 Los días siguientes me dediqué a visitar a Baba… Conocí los matices de su enseñanza y los matices de la hierba. Supe que esa planta, mencionada como planta sagrada en los antiguos Vedas, nos permite estar en el presente, en el “aquí y ahora”. Y en ese espacio-tiempo la vida se vuelve plena, completa, hasta el punto que nada más que la vida misma basta para sentirse bien. 

Pero a veces surgía en mí cierto malestar: ¿me estaba volviendo drogadicta? 

Hasta que un día, durante una de sus charlas, Baba Boom Shiva respondió a mis temores:

—Todos los seres humanos somos drogadictos… Estar en el cuerpo es a menudo penoso y las drogas, legales o ilegales, nos ayudan a soportarlo mejor: alcohol, psicofármacos, excitantes como el café y el té, tabaco, y muchas otras drogas ilegales o semi legales. La lista es larga... Y así como hay caminos diferentes, adecuados o no para cada persona, hay drogas diferentes, que se ajustan o no a cada persona. Algunos necesitan relajarse y otros todo lo contrario, algo que los mantenga despiertos y en actividad...

Cuando Baba dijo esto pensé en la yerba mate, que es un excitante tan poderoso como el café, y que mis compatriotas consumen de la mañana a la noche. 

Al exponer su visión de las drogas, Baba dijo algo que todos parecían saber menos yo: que había dos clases de drogas. Están las que conducen a estados de expansión de la conciencia y son una ayuda para conectar con lo Divino. Esas eran, además de la marihuana, los cactus, los hongos, y otros productos de la madre naturaleza, aunque también las había artificiales, como el potente ácido lisérgico. Casi todas habían sido usadas desde tiempos remotos en las culturas más antiguas, y con gran respeto, luego de una purificación en los que las consumían, quienes eran por lo general sacerdotes y chamanes*. 

Esa purificación incluía muchas abstenciones y ejercicios, como el silencio, la oración, el ayuno y el celibato, y su uso era acompañado por rituales y ceremonias. Y Baba aclaró que lo que provocaba experiencias religiosas era el conjunto: la sustancia… más la purificación previa… más los rituales… Y puso mucho énfasis en esto: no era solamente la droga sino la preparación, las ceremonias y el estado mental de los que las ingerían lo que llevaba a las experiencias. 

—Si se toman un ácido y se van a bailar a una discoteca, difícilmente tengan una experiencia mística. Es probable que terminen en la cama con alguien, en el mejor de los casos, o con un ataque de pánico en el peor, detenidos y diciendo incoherencias en una comisaría. 

Todos rieron ante esta explicación de Baba, y una chica inglesa, sentada cerca de mí, decía “lo sé, lo sé, a mí me pasó, tuve un mal viaje de ácido”, y levantó la mano para contarlo. Hubo varios testimonios además del suyo, acerca de malas experiencias con drogas. Y Baba hizo un comentario al respecto, diciendo que algunas de las drogas que ayudan a expandir la conciencia son muy potentes: deben ser tomadas como un sacramento y usarlas como se hacía en las antiguas culturas. 

Luego Baba mencionó a las drogas que no producen expansión de la mente, aunque son placenteras, como el alcohol, la cocaína y otras. Y por la forma en que se refirió a ellas, era obvio que no le gustaban. Dijo que esas sustancias, tanto las legales como las ilegales, crean adicción en el cuerpo y a la larga lo destruyen. Y que era muy importante que comprendiéramos la diferencia entre unas y otras, porque las primeras ‒si las usamos como un sacramento‒ nos elevan y expanden, mientras que las otras nos degradan y enferman. 

 Y Baba concluyó su charla de ese día diciendo que el Camino de las Sustancias es tan lícito como el de las prácticas rigurosas, y si bien distinto, no menos poderoso. Aunque lo mejor era combinar varios caminos, porque eso daría más riqueza a nuestras realizaciones.

 

 Esa fue la primera vez que lo escuché hablar del Camino de las Sustancias,  y pronto comprobé que lo hacía con frecuencia. En sus explicaciones había certezas: conocía bien el tema y citaba a personajes ilustres para respaldar sus afirmaciones. Personajes como Aldous Huxley, un famoso escritor inglés, quien había experimentado con mescalina y ácido lisérgico;  o John Lilly, un conocido científico norteamericano, quien había probado los efectos del ácido mientras estaba sumergido en un tanque de aislamiento sensorial lleno de agua. Pero también hablaba a partir de su propia experiencia, pues en su largo peregrinar había probado de todo, y por eso sus declaraciones eran convincentes. 

 Y aunque se refería en sus discursos a todas las drogas que expanden la mente, era evidente que su preferida era la marihuana, quizás no como facilitadora de elevadas experiencias (porque raramente lo era), sino como una ayuda para transitar el samsara*. A menudo hablaba de lo difícil y doloroso que es el samsara..., los altibajos de la vida…, estar en un cuerpo…  Probablemente él también había sufrido mucho... 

 Cuando se refería a la planta sagrada, decía que se trataba de una de las plantas más bellas, más nobles y sanadoras de todas las que había en el jardín de la tierra. Sus efectos terapéuticos, ya descubiertos en tiempos remotos (no sólo en la India sino también en China y Egipto), estaban siendo corroborados por científicos sin prejuicios en nuestros días.

 Al final de una de sus disertaciones lo escuché decir:

—El cannabis es una planta, una creación divina… Si el Eterno la puso en el planeta, por algo será… Los Devas tejieron en el éter su forma y funciones, y los Ángeles de la Manifestación la hicieron hermosa y perfumada… ¿Cómo prohibir algo que existe por designio divino?... Pero así están las cosas en el mundo en esta época… 

Y haciendo un gesto de resignación, Baba recibió un chillum que alguien le alcanzaba y se consagró a fumar, dando por terminada la charla de ese día.


Rutina de aprendizajes y alegría, entre volutas de humo


 Baba Boom Shiva logró con sus discursos que desaparecieran del todo mis temores y mi confusión.  Un amigo de Gracia Lakshmi me vendió una bolsita de la planta mágica y me dediqué a experimentar con ella.  Al despertar preparaba mi primer chillum, y el recuerdo de Joan se evaporaba con las volutas de humo… Lo cotidiano era agradable y me bastaba… Paseaba por los senderos que rodean el lago,  y me sentaba a contemplar sus aguas quietas y las altas montañas de nieves eternas… Disfrutaba de cada pequeña cosa, como el sol de la mañana, el primer chai, el canto de los pájaros…  ¡Y había tanta claridad en mí, tantas comprensiones!...  El pasado existía solamente para entenderlo y el futuro era un ilimitado sueño posible… Vivir era hermoso y pacífico…  

  Pero lo que más me gustaba era escuchar a Baba, a quien ya sentía como uno de mis maestros. Sus charlas eran siempre por la tarde y no me perdí ni una durante el tiempo que pasé en Pokhara. Además de instructivo, era muy divertido escucharlo, porque se burlaba de todo. Siempre decía que  “el humor ayuda a soportar el samsara”. 

 Sin embargo, con el pasar de los días, fui descubriendo sus contradicciones: le encantaba ser un guru, que lo amaran, respetaran y escucharan, y a la vez se burlaba de todo eso, de lo que significa ser un maestro y del sistema de los gurúes en Oriente. Sus declaraciones y su comportamiento eran una paradoja, pero en ese vaivén su pensamiento  lograba un punto de equilibrio, de completa sabiduría. Yo lo veía como un ser original, de penetrante inteligencia, con largos años de práctica espiritual, y con un interés puro y desinteresado por transmitir lo que había comprendido.

 Un día le pregunté si no estaba mal volverse adicto a algo. Respondió que la adicción es necesaria para muchas cosas: 

—Si practicas disciplinas espirituales, como la meditación, tienes que volverte adicta a ella para lograr resultados… Tienes que desarrollar la adicción de sentarte cada día, durante varias horas, porque solamente así funciona, no si lo haces durante un ratito y de tanto en tanto.

Cuando hablaba de Dios ‒o como él lo llamaba, del Eterno‒ y de los modos y vías para conocerlo, solía deslizar confesiones acerca de sus experiencias. 

—¿Qué somos…, qué somos en realidad? —pronunció una tarde en que yo estaba sentada muy cerca de él.  

 Se oyeron algunos murmullos a modo de respuesta y él, pasándome la pipa, continuó:

—Lo que somos, y esto lo comprendí cuando empezaron mis experiencias de iluminación, se parece a la corriente eléctrica… Me supe esa corriente eléctrica, no nacida,  inmortal,  pura Conciencia, que circula por nuestro cuerpo dándole vida y que se retira cuando morimos. 

 Un chico, con aspecto muy intelectual, hizo algún comentario objetando el concepto  de “corriente eléctrica”, comentario que no comprendí del todo, porque sus ideas y frases eran poco claras. 

 Baba lo miró en silencio unos segundos y dijo: 

—Bien…, esto de la corriente eléctrica es solamente una metáfora, porque lo que se percibe durante los estados alterados de conciencia, durante las experiencias iluminativas, es intransmisible…, excepto con metáforas.


Solamente una vez me recibió en privado, en la salita que dedicaba exclusivamente para eso… 

 Entré muy emocionada. El cuarto era pequeño, con las paredes blancas y desnudas. Baba estaba sentado sobre una alfombra y frente a él había un almohadón. Intercambiamos un namasté, y Baba señaló el almohadón. Me senté… 

  Le había llevado algunos presentes, como hacen los hindúes cuando visitan a un hombre santo: frutas, dulces, y una kurta de seda comprada en un negocio de Pokhara ciudad. Aunque nunca lo vi vestido con ropa formal, Gracia Lakshmi me había dicho que Baba viajaba mucho y que cuando lo hacía se vestía de maneras más convencionales. 

  Los regalos parecieron agradarle: con un gesto indicó que le gustaban las frutas y los dulces que le había llevado, y miró la camisa por todos lados, con una mirada de aprobación.

 Yo imaginaba que habría un chillum y que me invitaría a compartirlo. Pero no había chillum a la vista y no fumamos. Más tarde supe que raramente lo hacía cuando estaba a solas con un discípulo.

Le conté brevemente mi historia y le pregunté cómo seguir mi camino…

—Lo único que importa es que estés atenta, despierta, pues el aprendizaje más importante surge de la vida…  —dijo mirándome con gravedad.  

 Pero me dio algunos consejos respecto a mi sadhana, y a la forma de combinar las prácticas meditativas con el uso de sustancias. 

Y luego repitió lo que a menudo decía en sus charlas:

—La planta sagrada sólo puede ayudarte hasta cierto punto, tiene sus límites, aunque es agradable y divertida, y a menudo esclarecedora. Su principal función es ayudarnos a soportar el samsara…


Discusiones en el jardín de Baba


 A menudo se armaban corrillos en el jardín. Y más de una vez presencié discusiones interesantes, como una ocasión en que hubo una gran polémica entre Andy, un inglés que hacía meses que estaba en Pokhara, y Richard, un norteamericano algo arrogante. 

 Andy era un pelirrojo de rostro pecoso. Me gustaba escucharlo, porque sabía mucho y era bastante sabio. 

Richard era un rubio anodino que estudiaba algo en su país. Y si bien iba a casi todas las charlas y fumaba, se la pasaba enjuiciando a Baba. Sus opiniones eran casi siempre críticas, y me parecía menos inteligente y lúcido que Andy. 

 La tarde de la gran polémica estábamos sentados sobre el césped, delante de la casita de Baba, quien ‒muy ocupado con gente importante que había venido a visitarlo‒ no iba a dar su disertación ese día. Y Richard manifestó que aunque le gustaba venir a las charlas, porque en Pokhara no había mucho para entretenerse, no le creía a Baba cuando decía que estaba iluminado.

—¿Ustedes creen que un maestro iluminado necesita consumir drogas?... Es posible que Baba haya tenido sus experiencias, no lo niego, pero no creo que esté en forma permanente en ninguno de esos estados de iluminación de los que tanto habla —declaró Richard. 

—Claro que no  —replicó Andy—, pero él tampoco dice que lo esté... Él no dice que sus estados son algo permanente… Muy pocos logran permanecer en esos estados…  La mayoría de los grandes místicos subían y bajaban todo el tiempo, y aunque Sri Ramana Maharshi logró un estado permanente, el Sahaja Samadhi*, eso no es lo más común…  Según mis conocimientos, lo más común es tener breves experiencias… En algunos casos poco frecuentes se logran estados meseta, o sea, estados transpersonales que se mantienen por muchas horas o varios días, pero ¿para siempre?... Según la información que tengo eso es muy raro…

   Se armó una interesante discusión, que me limité a escuchar, ya que no sabía lo suficiente sobre el asunto… 

—Yo creo que las sustancias son un camino —repetía Andy cada vez que alguien se sumaba al grupo y quería enterarse de qué iba la discusión—. Y me refiero a las sustancias potentes, como el ácido lisérgico… Pero hay que combinarlo con otras prácticas… Y Baba siempre lo dice, principalmente cuando vas a una privada con él… 

—Los efectos del ácido lisérgico y otras sustancias psicodélicas están relacionados con cambios químicos en el cuerpo —objetó Richard con gesto desdeñoso. 

  Y Andy replicó:

—Baba dice que las prácticas espirituales, como el ayuno, el pranayama y la meditación,  también provocan cambios químicos, alteran la química del organismo, en particular la del sistema nervioso, como ya están comprobando los científicos que se dedican a investigarlo y que estudian con aparatos a conocidos yoguis cuando están en meditación profunda.  

 Entonces Richard, con tono de sabihondo, declaró que las experiencias mediante drogas eran pasajeras…

  Andy empezó a reír, y rió tanto que sus pecas enrojecieron. Los demás esperamos, con curiosidad, a que explicara su ataque de risa… 

—Sí, es correcto, las experiencias con sustancias son pasajeras, pero sus efectos no lo son. Hay cambios profundos, y además te queda el recuerdo de lo que viste y experimentaste… Si tienes una comprensión mística al tomar una pastilla de ácido, esa experiencia te transforma, lo mismo que lo hace un satori* o un estado de nirvikalpa* samadhi*…  Les voy a contar algo personal…

   Andy nos dejó unos segundos en suspenso, mientras fumaba de un chillum que alguien había preparado. 

—Como la mayoría de ustedes debe saber, Baba realiza rituales chamánicos de tiempo en tiempo, con algunos de sus discípulos más cercanos. Los llama sacramentos y en ellos se emplean sustancias... Yo participé de uno, en mi viaje anterior, y fue un experimento que transformó mi vida… Estábamos a orillas del lago, hicimos un fuego y pasamos toda la noche allí, con Baba asistiéndonos… Para algunos fue extremadamente fuerte.

—¿Y qué significó para ti? —preguntó uno de los chicos presentes. 

 Andy sonrió beatíficamente mientras recordaba…  

—Resolví un conflicto de años que tenía con mi madre, y luego experimenté al Amor Universal, algo imposible de expresar con palabras, pero que me dio la certeza de que el misterio último de la vida es el Amor. 

   Recordé al padre Mark diciendo lo mismo…

—Pero ahora no estás ahí…, en ese estado —dijo Richard, quien no quería ceder.

—No, no estoy ahí… Sin embargo, me queda el recuerdo de lo que supe...  Sé que el Amor mueve al universo… Y lo sé porque lo experimenté… ¡Lo sé!...  Y esa comprensión ha transformado mi vida… No soy el mismo…

  Y como Richard seguía refutando con distintos argumentos, Andy cerró la discusión con las siguientes palabras:  

—No basta con leer y saber lo que dicen otros: hay que experimentar… Y si una sustancia me facilita tener experiencias, bienvenida sea…

 

Ultimos días en Pokhara


 Continué con esa grata rutina durante todo el mes de octubre… De a ratos asomaba el recuerdo de Joan, pero era solamente un recuerdo… y breve. Sólo pensaba en él al despertar o antes de dormirme… El resto del día procuraba no recordarlo… Y lo conseguía. 

   Pokhara y Baba me hacían bien, y no pensaba ni remotamente en irme de allí, hasta que… Baba anunció que partiría en peregrinación y estaría ausente durante varios meses.  

   Un mediodía radiante le hicieron la despedida. Hubo, como era de esperar, muchos chillums, comida naturista y jugos de fruta. Y Baba compartió abrazos y bendiciones con todos, en su habitual estilo, mitad guru y mitad hermano.

  Y partió al día siguiente. 

   Casi enseguida sentí un vacío que no pudieron ocupar los amigos ni los paseos junto al lago. Y la planta sagrada no me ayudó a llenar ese vacío… Me di cuenta que la marihuana había sido un complemento de cosas más importantes: Baba Boom Shiva, sus enseñanzas, su energía, los momentos compartidos con los demás en su jardín. 

   Pokhara seguía siendo bella y pacífica,  pero nada fue igual después de la partida de Baba. Y comprendí que había llegado el momento de irme, el momento de volver a la India.  

   Me despedí de todos y en forma particular de Gracia Lakshmi, con quien intercambiamos regalos, promesas de volvernos a encontrar y muchos abrazos. 

   Y me fui de Pokhara. 


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