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Esta es la tapa virtual

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Diario y Capítulo 3

 Diario de Moira. Ashram de Sri Ramana Maharshi  


10 de enero, por la noche


   Hoy fue un día de fiesta ‒el aniversario del nacimiento del Maharshi‒ y vino muchísima gente. Fue realmente una celebración, aunque religiosa, con comida especial y muchas pujas* y ceremonias.

  Yo estuve meditando desde muy temprano en mi lugar habitual. Éramos una multitud: gente entrando y saliendo todo el tiempo. Los que entraban procuraban no hacer ruido, pero inevitablemente lo hacían, y eso al principio me distrajo un poco. Finalmente me cambié de lugar: me ubiqué en el rincón más distante, lejos de la puerta, y ya no me distrajeron los movimientos. 

   Cuando llamaron para almorzar, el salón quedó casi vacío: solamente unos pocos. Eso me encantó, y decidí no ir a comer, porque lo único que deseaba era meditar. Pasé toda la siesta allí, y eso que después de la comida se renovó el entrar y salir de gente. Pero estaba tan concentrada que ya no me enteré.

   Por la tarde fui a mi habitación, comí unos bizcochos, bebí agua, y después de asearme y vestirme con uno de mis saris, me dirigí al gran salón para participar de las ceremonias.  


 11 de enero, a la siesta

 

   Hoy por la mañana fui a ver al gerente y le pedí permiso para quedarme más. El primer día acordamos alrededor de una semana y como ya se ha cumplido era mi obligación ir a verlo. 

   Me recibió muy amable y sonriente, diciendo que podía quedarme cuanto quisiera. Creo que al día de hoy todo el mundo en el ashram me conoce, y por lo que me contó Hanuman, todos dicen que la chica argentina está muy dedicada a su sadhana*, siempre sentada meditando.

   Sin embargo, después de ver al gerente, cuando me senté frente al retrato de Sri Ramana, no logré quedarme quieta y entrar en meditación. Cuando eso sucede me pongo mal… Quizás los recuerdos son una distracción, y el recuerdo de los días en Benares junto a Joan pudo haberme alterado. 

  Entonces decidí volver a mi cuarto y dedicarme a leer, para encontrar entre las preguntas de los devotos alguna que expusiera mi problema, la dificultad para concentrarse,  y saber lo que el Maharshi recomendaba. Siempre encuentro respuestas a mis preguntas: los problemas de los buscadores espirituales son parecidos.

   Y Sri Ramana dice que antes de comenzar a practicar hay que lograr cierta quietud mental, porque no es posible venir de las actividades de la vida cotidiana y sumergirse inmediatamente en la meditación. Dice que los contactos externos inquietan la mente. 

   Bueno, no es mi caso en este momento, ¿o lo es?... Quizás recordar es una forma de distracción. 

   También recomienda pranayama* o bhakti*. 

   Con la práctica de bhakti no tengo dificultades: es mi camino y hace tiempo que lo sé. Y para fortalecer mi devoción participaré más a menudo de las pujas en el gran salón. Hay varias desde la mañana temprano, con recitado de los Vedas* y bhajans*.


 12 de enero, por la noche

   Hoy tampoco pude concentrarme, así que me dediqué a pasear y a las prácticas devocionales. Durante el paseo junté flores silvestres y las puse en el pequeño altar que armé en mi cuarto. Y asistí a casi todas las pujas. 

  He abandonado el mantra que usé durante algunas semanas antes de venir aquí. Pensé que si estaba en lo de Sri Ramana tenía que usar otros métodos, que el mantra (aunque había avanzado enormemente practicando con él), sería una obstrucción si quería abrirme a las enseñanzas del Maharshi. 

   En realidad, lo más original de su enseñanza puede reducirse a un ejercicio básico ‒ejercicio que él recomendaba una y otra vez‒ y que consiste en la indagación sobre uno mismo mediante una pregunta esencial: ¿Quién soy yo?  

   Este método se llama Vichara Marga* y de a ratos intento practicarlo, pero no lo consigo… Y ya sé lo que decía el Maharshi: que si el aspirante no sintoniza por temperamento con el Vichara Marga, tiene que desarrollar otras prácticas.

  Y durante estos días, además de bhakti, mi práctica consiste en simplemente sentarme… y convertirme en puro silencio…, en pura atención.

   

13 de enero, por la noche


   Parece que mis prácticas devocionales fueron provechosas, porque hoy estuve todo el día meditando. Me senté a la mañana; no interrumpí para almorzar; me levanté a la tarde para ir a mi cuarto, usar el baño y tomar agua; y volví a mi lugar de meditación, frente al retrato de Sri Ramana. 

    Al anochecer sentí que era suficiente. Además, comenzaba a sentir hambre, y fui una de las primeras en llegar al comedor. La cena fue como de costumbre abundante. La hoja de plátano desbordaba, pero como no había comido al mediodía pedí que me sirvieran más. 

   Y ahora es pasada la medianoche y no puedo dormir, no tengo sueño... Cuando uno medita mucho se duerme menos. Hace bastante que lo sé y el primero que me lo dijo fue el doctor Nagendra, en Pondicherry. 

¿Cómo estará el doctor Nagendra?

 Bueno… Ya me puse a recordar. 




Capítulo 3


El Pondicherry de Sri Aurobindo y Madre

 

   Después que Joan se fue, resolví hacer lo mismo, pero era pronto para ir a Satyavanam si quería encontrarlo de nuevo. Tenía que acomodar mis tiempos para llegar en la época en que él lo hiciera, lo cual según sus planes no sería antes de abril, o más adelante si hacía el retiro.

   Estuve dudando un poco, hasta que me decidí por el ashram de Sri Aurobindo.  Amanda había mencionado a este notable maestro más de una vez  y además, la ciudad de Pondicherry ‒donde está su ashram‒ queda relativamente cerca del sitio del padre Mark. 

  Asi que… Pondicherry. 

  Fue un viaje largo y agotador. Salí de Benares por la noche en tren y llegué a Madrás* unas cuarenta horas después, o sea: dos noches y un día entero viajando. Prefiero no recordarlo, fue extenuante. Viajar por la India es fastidioso, sea en tren o en autobús: largas distancias, mucha incomodidad… Sería más cómodo ir en avión, pero quiero viajar como lo hacen casi todos los indios. 

   Desde Madrás hasta Pondicherry fueron apenas tres horas, las cuales (como estaba cansadísima, luego de dos noches dormitando sólo de a ratos y mal) me parecieron interminables.

    Pero algo muy extraño sucedió: al descender en Pondicherry una inesperada alegría súbita hizo desaparecer mi cansancio. No sé por qué, esos sentimientos… Quizás eran una premonición de lo que sentiría por Sri Aurobindo y sus enseñanzas. O tal vez era la energía del lugar… ¿Cómo saberlo?

   Me subí a un rickshaw y le dije “Sri Aurobindo ashram”. El conductor (un chico joven de aspecto saludable, vestido con ropa decorosa y limpia) se rió, y en un idioma que estaba hecho por pedacitos de otros idiomas, con algo de inglés difícil de comprender, algo de francés y algo de lo que supongo era tamil*,  me hizo entender  que el ashram de Sri Aurobindo estaba por todos lados. Y eso pude comprobar más tarde: toda Pondicherry está ligada a Sri Aurobindo y hay sitios aurobindianos en diferentes puntos de la ciudad. 

   Le hice entender que deseaba ir a la oficina de recepción y mientras él me llevaba pude tener una primera visión de Pondicherry, que me pareció una ciudad linda y elegante.  

  En las oficinas de recepción del ashram me atendieron muy amablemente, pero al preguntar por alojamiento en alguna de sus casas de huéspedes, supe que no había nada disponible.   Algo desanimada (necesitaba una ducha y varias horas de sueño y otra vez tendría que subir a un rickshaw…),  me dirigí a la salida. 

   Entonces, una chica muy pecosa se aproximó y me dijo, en un inglés con acento francés:

—Estoy en un hotel muy bonito. Creo que hay lugar y es cerca de aquí.

  La seguí encantada y fuimos caminando hasta el hotel, mientras ella me contaba cosas sobre Pondicherry.


  El hotel era en efecto bonito y también limpio, y la habitación que me dieron agradable y espaciosa. Estaba en un primer piso y daba a un amplio balcón con sillas y mesas, el cual se convirtió muy pronto en mi comedor y salón de lectura. 

  Ese día lo dediqué a descansar: me instalé, me duché, dormí...  Cuando desperté era casi de noche y estaba con hambre. Al preguntar en la recepción si había algún restaurante cerca, sugirieron traerme la cena desde un establecimiento de su confianza, cuyo menú era sano y variado. 

   Acepté la propuesta y esperé mi cena en el balcón, mirando las luces y el movimiento apacible de la ciudad. Parecía una ciudad tranquila y el mar estaba presente, con esa inconfundible brisa de aromas marinos. 

   Llegó un chico con mi comida, le dí el vuelto como propina, y por la expresión alegre de su rostro moreno y pícaro supe que era una buena propina. En una bandeja estaban los recipientes con arroz, verduras, dal (lentejas), varios acompañamientos típicos, un postre y una botellita con agua envasada. Me pareció sabroso y abundante, así que los    días siguientes continué con el hábito de pedir mis almuerzos y cenas mediante ese sistema. Me sentaba a la mesa que estaba junto a mi habitación y comía el menú vegetariano del día, que para mí era siempre el mismo. Quizás variaban las verduras, o el modo de preparación y las especias, pero no me daba mucha cuenta de esas sutiles diferencias. Era comida sana, con poco picante, y me resultaba cómodo, así que nunca me preocupé por comer en otro lado. 

   A la mañana siguiente salí a conocer Pondicherry, que me pareció otra India: es una hermosa y pequeña ciudad al borde del mar, con una blancura que tiene algo de arena y sal. Elegantes y antiguos edificios coloniales, limpieza en sus calles bien trazadas, y agradables bares donde se podía tomar café con croissants*. La pobreza allí se notaba menos: casi no había mendigos y los pocos que vi no parecían desnutridos.    

   Los primeros días me dediqué a pasear, a caminar junto al mar y a visitar los diferentes espacios del ashram.  

  Y casi desde el principio tuve un mentor, el doctor Nagendra, un sadhak* que había tenido la dicha de conocer a Sri Aurobindo y a Madre, la compañera espiritual del maestro. 


El doctor Nagendra. Empiezo a conocer a Sri Aurobindo 


   El primer encuentro con el doctor Nagendra fue bastante mágico… 

   Yo estaba en una dependencia del ashram mirando libros, cuando pensé: “Me gustaría mucho tener una foto de Sri Aurobindo..., voy a ver si consigo alguna.” 

    Unos segundos después, se me acercó un señor indio de aspecto muy respetable y edad bastante avanzada, quien después de saludarme con un namasté* y mientras me alcanzaba un periódico, dijo en un inglés muy correcto: 

—Tenga esto...,  podría interesarle.  

   Era una publicación del ashram, y una foto de Sri Aurobindo bastante joven ocupaba una página entera. En su porte heroico, en su mirada de fuego, percibí a un ser excepcional. 

   Debí haber puesto cara de alegría al ver la foto, ya que enseguida ‒y después de presentarse‒ el doctor Nagendra se puso a conversar. 

   Mientras charlábamos nos fuimos desplazando hacia el patio, y el doctor me invitó a dar un paseo. 

—El médico me recomendó caminar y es más agradable hacerlo en compañía —aclaró. 

  Por supuesto acepté, y fuimos a caminar a un paseo junto al mar… Era un paseo con palmeras,  junto a una ribera colmada de piedras.  

   El doctor Nagendra me dijo que había sido profesor, y en verdad lo parecía: usaba unos anteojos bastante anticuados, con montura de oro, y un bastón antiguo sobre el cual apoyaba su pequeño cuerpo, delgado y frágil. Y se expresaba con gran seguridad y erudición, propia de alguien acostumbrado a enseñar. Me contó que tenía una habitación en una de las casas del ashram, aunque a veces viajaba a su ciudad de origen (en el oeste de la India), donde vivían sus sobrinos, y se quedaba un tiempo con ellos. 

   Casi de inmediato comenzó a instruirme, hablándome acerca de Sri Aurobindo y sus enseñanzas.  

—Sri Aurobindo reveló que el próximo paso de la evolución es el desarrollo sobresaliente del Espíritu en nosotros y en el planeta… Se trata de un descenso de lo Divino en los seres y en el mundo mayor que hasta ahora… Se trata de divinizar la tierra…

  Lo escuché durante largo rato, poniendo mucha atención… 

  Y ahora, muchos meses después, sé que mi comprensión de las enseñanzas de Sri Aurobindo no sería la que es si no hubiera conocido al doctor. Gracias a él pude sumergirme en el pensamiento, la vida y el espíritu del gran sabio, conducida por alguien que sabía todo lo que hay que saber al respecto. Me recomendó libros, me mostró lugares, contó anécdotas, y me habló a partir de su propia experiencia del Camino de Sri Aurobindo. 

    

   Seguimos viéndonos casi a diario: él necesitaba caminar y yo necesitaba aprender. Pasaba a buscarlo por su oficina, una de las dependencias del ashram donde colaboraba “haciendo servicio para mantenerme activo” (así decía), y aunque nunca supe bien cuáles eran sus tareas, casi todos los días podía encontrarlo allí. 

    Lo buscaba al atardecer, y nos íbamos al paseo junto al mar o a un parque muy bonito que había en la ciudad. Mi mentor siempre llevaba consigo un ejemplar de “Savitri”, la larga narración en verso compuesta por Sri Aurobindo. Era un ejemplar pequeño, en papel biblia y fileteado en dorado, con una preciosa encuadernación en tela blanca. El doctor solía matizar sus charlas eruditas con breves lecturas de algún pasaje del poema. 

   Y sus explicaciones invariablemente me sorprendían…

—Sri Aurobindo dijo que él no era el autor de sus libros, que él solamente sostenía la pluma, mientras desde otros planos le dictaban —me contó una tarde, ambos sentados en un banco del parque. 

—¿Desde otros planos?

—Hay muchos planos de conciencia, por encima del plano de nuestra mente común, y no dependen de nosotros, son independientes… En esos planos existen Seres o Fuerzas muy conscientes, mucho más conscientes que nosotros… Y los seres humanos también estamos formados por muchos planos… Un ser humano es mucho más complejo de lo que creemos, y somos muchísimo más que este cuerpo perecedero. 

—¿Y esos Seres o Fuerzas le dictaron a Sri Aurobindo lo que él escribió?

   El doctor Nagendra se sacó los anteojos, me miró con una sonrisa de satisfacción  y respondió:

—Así es, y él lo afirmaba a menudo… Decía que todas las grandes ideas, todos los pensamientos inspirados, provienen de otros niveles de la Conciencia. 

—¿Y cómo se manifiesta, se escuchan voces?

—Algo así…, aunque no es que se escuchen con el oído… Hay como una Voz Interior, y quien puede conectar con ella sabe que no es la suya propia… Si la mente está quieta, si el silencio se ha establecido, la Gran Mente puede hablar a través de nuestras pequeñas mentes… Sri Aurobindo seguía los dictados de esa Voz Interior, no solamente para escribir, sino para dirigir su vida en aspectos bien concretos… Fue esa Voz la que lo guió cuando cayó prisionero de los ingleses…

—¿Prisionero de los ingleses?

—Ciertamente…  Sri Aurobindo se dedicó a la política antes de dedicarse al Yoga… 

   Y el doctor me contó un poco sobre la vida de su maestro… No había sido una vida común, ni Sri Aurobindo* un ser humano corriente… 


   Pronto me di cuenta que el doctor era más anciano de lo que había imaginado al conocerlo, y a pesar de su gran lucidez, su edad se notaba en el andar pausado, en el cuidado que tomaba al cruzar las calles, en  sus  manos algo temblorosas. 

   Había venido a vivir a Pondicherry durante la década de los treinta, pero a Sri Aurobindo lo había visto en contadas ocasiones, sólo cuando daba darshan. Sin embargo, se había comunicado frecuentemente con él mediante cartas. Fueron las respuestas a esas cartas las que orientaron al doctor en su sadhana, además de la guía personal por parte de Madre.

   Madre era una señora de origen francés, quien había sido colaboradora y discípula del maestro, y más tarde su compañera espiritual, y que se había hecho cargo del ashram a partir de 1926, cuando Sri Aurobindo se retiró en soledad para desarrollar su Yoga en condiciones más perfectas. 

   Madre había sido tan importante como Sri Aurobindo, al menos para sus discípulos. Cuando el doctor me hablaba de ella lo hacía con devoción: sus ojos destellaban, a veces se humedecían, y una sonrisa de beatitud aparecía en su rostro. Sentado en algún banco, las dos manos apoyadas en el bastón, dejaba que su mirada se perdiera en los recuerdos y contaba ‒de un modo parsimonioso‒ anécdotas sobre Madre, o sobre lo que había sentido al ver a Sri Aurobindo durante los darshans, o sobre cómo era la vida en el ashram cuando ambos estaban en sus cuerpos.     

   Un día trajo una carpeta: allí estaban las cartas que había recibido del maestro. Sus manos temblaron más que nunca al abrir los ajados papeles, los cuales guardaba cuidadosamente en sobres. Eran hojas manuscritas, y el doctor lagrimeó un poco mientras me leía algunos párrafos.  

   Fue gracias al doctor Nagendra que tuve un primer atisbo de lo que significa la relación entre maestro y discípulo, un vínculo difícil de comprender si no se lo experimenta, un vínculo profundo, de amor y veneración, porque el maestro es para su discípulo un reflejo de Dios. 

  Pero lo que más le interesaba al doctor  (y me llevó algunos días darme cuenta de esto)  era transmitirme lo esencial del Camino de Sri Aurobindo, lo esencial de las prácticas espirituales que conducen a la Realización, la cual, en su Yoga, es sinónimo de Transformación. 

   Y rápidamente me convertí en una devota seguidora de sus enseñanzas. 


Anandadevi 


    Conocí otras personas durante las semanas que pasé en Pondicherry…

    Una mañana entré para comprar sahumerios a una tienda que exhibía ‒además de muchos otros objetos‒,  varios libros publicados por el ashram.  

    Estaba atendida por una chica muy sonriente, de piel morena y oscuros ojos risueños, vestida con el tradicional salwar kameez*. Su peinado era el más frecuente en las mujeres jóvenes de la India:  raya al medio y una larga trenza. 

    Para mí, cualquier mujer morena vestida como una hindú lo era… Sin embargo, mientras ella buscaba entre los sahumerios algún paquete de mogra*, una flor cuyo aroma es casi embriagante, la estuve observando… Y algo en sus modales, en su acento, en los rasgos de su cara, me llevó a preguntarle: 

 —¿Eres de aquí, eres de la India…, o eres de algún país más lejano?... Yo soy argentina.

 —¡Y yo chilena!  —respondió en castellano con una sonrisa enorme, una sonrisa que ocupaba gran parte de su rostro y lo iluminaba. 

   Como confesó enseguida, ella también había estado prestándome más atención que la usual, aunque mi inglés bien pronunciado desconcertaba a todos: jamás me imaginaban argentina, sino de algún país del hemisferio norte.  

   Me alegró mucho conocer a una latinoamericana, y con la facilidad que da el idioma en común,  al rato conversábamos como antiguas amigas. 

   Supe que vivía a pocos kilómetros de Pondicherry, en Auroville, un proyecto comunitario iniciado por Madre; que la tienda era un emprendimiento de un pequeño grupo de aurovillianos; y que su nombre espiritual era Anandadevi. Le pregunté qué significaba y entre las frases que pronunció, la que más parecía aplicársele era “diosa de la alegría”, porque ese era el sentimiento que emanaba de ella. Y aunque no era demasiado hermosa, esa alegría la encendía y la embellecía. 

  Conversamos mucho esa mañana y no solamente debido al idioma en común: había simpatía entre nosotras. Cuando me fui me invitó a visitarla nuevamente, lo cual hice en más de una ocasión. 

  Anandadevi practicaba el Yoga de Sri Aurobindo desde hacía un par de años y me confesó que estaba muy lejos aún de haber conseguido grandes avances.

—Lo único que me consuela es saber que todo lo que consiga espiritualmente en esta vida lo voy a llevar a la próxima —me dijo una vez. 

   Sin embargo, yo sentía que ella había conseguido más de lo que confesaba. 

  

Alfonso, el mexicano 


    Anandadevi estaba en pareja con un chico francés llamado Pascal, quien hablaba el castellano bastante bien y con quien a veces conversaba un poco. Un mediodía Pascal apareció por la tienda en compañía de otro latinoamericano, un viajero que estaba de visita en Auroville. Era un mexicano llamado Alfonso, de unos cuarenta  años o más, de aspecto corpulento y enérgico, gran bigote y penetrantes ojos oscuros. Apenas entró en la tienda, me clavó una mirada inquisitiva e intensa, y acaparó la conversación. 

   Como entraba gente a cada rato y el local era pequeño, los dos caballeros y yo salimos para seguir conversando en la vereda… 

   Pascal se fue enseguida y Alfonso, diciendo que no era cómodo platicar de pie, me invitó a un bar. Allí estuvimos más de una hora dialogando, y como lo que decía me interesó, cuando propuso volver a encontrarnos por la noche acepté. Era una propuesta atractiva, que rompería mi rutina, ya que nunca había andado por Pondy durante la noche: mis caminatas y paseos eran siempre por la mañana y por la tarde. 

    Así que horas después, cuando ya anochecía, me despedí del doctor y me dirigí al bar donde Alfonso me había citado… Y ahí nos quedamos hasta bien tarde, mientras tomábamos café tras café y comíamos unos pasteles franceses de queso que eran una delicia. 

   Alfonso me pareció un hombre interesante: sabía muchísimo, no sólo sobre Sri Aurobindo sino también sobre otros maestros y sobre todos los temas espirituales que se me ocurriera. Era abogado, lo cual le permitía ganarse bien la vida, pero lo que más le importaba era la búsqueda espiritual, y había escrito un par de libros al respecto. No estaba viajando como yo por tiempo indefinido, sino que se había tomado dos meses de vacaciones para hacer este viaje. Era su tercera vez en la India y Auroville uno de los pocos lugares que visitaba en esta ocasión. 

  Todo estaba bien con él, pero me di cuenta enseguida que yo le atraía como mujer y eso me fastidió un poco: la carga sexual que había en su mirada mientras hablaba de grandes temas me resultaba una paradoja. 

  A la mañana siguiente fui al local de Anandadevi. Le conté acerca de mi encuentro con Alfonso y de lo instructivo que era conversar con él, pero que lamentablemente notaba cierto interés por su parte que iba más allá de compartir un rato conversando. 

—Me miraba de un modo… No sé como decírtelo… Era una mirada libidinosa…

—¿Solamente te miraba así, como tú dices… o hizo algo que te molestó?

—No…  Es muy correcto, muy caballeroso… Me acompañó hasta el hotel y se despidió con grandes ceremonias, preguntando si podíamos volver a vernos… Por algunos segundos dudé. Mientras habla de los temas que me apasionan, su compañía me resulta agradable... Es un hombre  inteligente, educado, y con cierta fuerza.... Pero eso que muestra con su mirada no me gusta… Ya te conté que llevo muchos años de soltera y célibe, y ya te conté acerca de Joan, a quien espero volver a ver muy pronto…    

   Me quedé en silencio unos segundos, recordando a Joan… 

—Pero acepté su invitación…  Si se mantiene dentro de esos límites respetuosos voy a continuar viéndolo… Me gusta charlar con él…, aunque tengo mis temores. 

  Anandadevi se rió, quizás algo divertida ante todo el asunto, pero no hizo comentarios y enseguida cambiamos de tema. 


El Yoga de Sri Aurobindo


    Por esos días, el doctor me citó frente a la tumba de Sri Aurobindo y Madre, la cual está ubicada en un gran patio. Después de unos minutos de recogimiento, el doctor me alcanzó varios papelitos de colores. En cada uno había escrito, con grandes letras, alguna de las actitudes  a desarrollar si se quiere seguir la sadhana transmitida por Sri Aurobindo. Y me dijo que pusiera los papelitos bien a la vista y que, a medida que mi propia inquietud por comprender esas cualidades me lo indicara, las fuera dilucidando con él. 

   Algunas me intrigaron bastante al principio pero luego traté de cultivarlas fervorosamente, como la Entrega, la Fe y la Aspiración. Otras eran fáciles de comprender,  aunque no tan fáciles de alcanzar, como la Paz y el Silencio.

    Esa misma tarde fuimos con el doctor a caminar por el paseo. Era una tarde apacible, con un sol radiante que se reflejaba en el mar… 

—El Yoga de Sri Aurobindo intenta que haya un descenso de la Fuerza, de la Energía, desde los planos más elevados de la Conciencia… Esa es la forma de transformar nuestra naturaleza… La gran diferencia entre su Yoga y otros métodos es que los otros buscan el ascenso de la conciencia individual hacia los planos superiores, mientras que su Yoga Integral aspira al descenso de la Fuerza…  Ese descenso produce una transformación en los planos mentales, emocionales y físicos del sadhak… 

  Yo lo escuchaba con atención, casi sin verlo, debido al fuertísimo reflejo del sol. 

—¿Y qué ocurre cuando la Fuerza desciende?

Cuando la Fuerza desciende trabaja en nosotros, por lo general de un modo suave y lento… Y eso nos hace evolucionar. 

—Pero..., ¿cómo se logra que la Fuerza descienda?

—Mediante aspiración… Tienes que aspirar a que suceda...

— Pero… entonces…, ¿no hay nada que hacer?

—Sí, hay que practicar... Enfocarte en lo Divino, interiorizarte, meditar, cultivar el silencio... Pero no depende de ti… Desciende... La Calma y la Paz descienden... El Poder y la Luz también… Uno solamente puede aspirar, sentir devoción y amor por lo Divino, entregarse… Pero tu pequeña voluntad no puede lograr nada: es Su Voluntad la que decide… Mira lo que significa el término sadhana: purificación…, contacto con lo Divino…, entrega…, devoción… Cuando todo eso está, comienza a predominar en el sadhak lo que Sri Aurobindo denominó Ser Psíquico, que es como el alma, lo que evoluciona de vida en vida. Y cuando el Ser Psíquico predomina, la transformación es posible. 

    Muy asombrada,  traté de incorporar esos conceptos, tan nuevos para mí. 

—¿Y eso se logra solamente por aspiración? —volví a preguntar.

—Sí, por aspiración…, pero mientras practicas. Todo tu ser tiene que volverse hacia lo Divino…, aspirar a lo Divino… Entonces, antes o después, la Fuerza descenderá y empezará a trabajar en ti. 


   Demoré en comprender adecuadamente esas instrucciones del doctor… Sin embargo,  entre lo que él me explicaba, los libros que leía y la práctica que inicié bajo su dirección, fui de a poco discerniendo en un sistema de conocimiento y de Yoga de increíble profundidad y alcance. 

 Al guiarme, el doctor enfatizaba que lo primero es lograr la quietud interior, el silencio,  y que era importante conseguir eso en medio de las actividades normales de la vida. 

  Pero llevar adelante mi sadhana junto a las otras actividades no me resultaba fácil. Lo que no me costaba nada, en cambio, era sentarme a meditar frente al mar. 

 Amaba sentarme frente al mar… Las rocas separaban al paseo de las olas, a veces calmas, a veces agitadas. Y yo me sentaba sobre alguna roca para contemplar el mar… 

   A menudo lograba permanecer en silencio, mirando las olas incesantes… 

   Mi mente se calmaba y se aquietaba. Inmóvil, en reposo como las rocas.


Sigo encontrándome con  Alfonso. ¿Sexo o celibato?


   Seguí viéndome con Alfonso por las noches, porque a pesar de su mirada continuaba siendo respetuoso. Siempre me acompañaba al hotel e invariablemente me citaba para la noche siguiente. Y yo aceptaba… Su argumento para verme a diario era que no íbamos a estar indefinidamente allí,  y que había “tanto para platicar”. 

   Pero después de varios encuentros, hubo cambios… Fue una noche en que, por primera vez, me invitó a cenar. Vino a buscarme al hotel  y noté que se había acicalado bastante. Llevaba una kurta* de seda color marfil y estaba perfumado con una fuerte esencia de especias y maderas. 

    Después de tanto tiempo comiendo básicamente arroz con verduras, esa cena ‒en un restaurante francés‒ me pareció un banquete. Y Alfonso habló con más detalles que en anteriores ocasiones acerca de su vida privada. Yo sabía que estaba divorciado y tenía dos hijos adolescentes, y ahora me contó un poco sobre la relación con su ex mujer (no era buena) y sobre la relacion con sus hijos (muy buena, aunque vivían con la madre). Y se atrevió a hacerme algunas preguntas personales, como si tenía pareja o estaba sola, quizás como retribución por sus confesiones. Respondí con parquedad, diciendo que estaba sola y quería continuar así, ya que en esta época de mi vida sólo me interesaba la búsqueda espiritual. 

   A pesar de mi aclaración, cuando andábamos por el postre Alfonso expresó con alguna solemnidad que, aunque en poco tiempo regresaría a su país, deseaba conocerme mejor. No explicó a qué se refería con eso de conocerme mejor y yo no pregunté…, por las dudas. Quedó como una declaración imprecisa, que podía entenderse como “vamos a seguir viéndonos para conocernos mejor”. Sin embargo, en eso de “conocerme mejor” se insinuaba algo que preferí ignorar en ese momento. Después recordé que en el Antiguo Testamento, la expresión de que “un hombre conoció a una mujer” es una explícita alusión a que tuvo sexo con ella. 


   Al día siguiente fui a ver a Anandadevi y le conté las novedades con Alfonso. 

   Mi amiga se rió un poco y trató de disculparlo:

—Moira, es un hombre pues … Y está solo… Y tú le gustas mucho… Se lo dijo a Pascal.  

    Suspiré, a medias complacida y a medias molesta. El cortejo respetuoso de Alfonso no me desagradaba y conversar con él me interesaba mucho, pero la idea de algo más me provocaba un gran rechazo. 

—¿Qué diría Sri Aurobindo? —le pregunté a mi amiga. 

  Demoró en responderme… Estaba ubicando objetos en un estante y siguió haciéndolo en silencio durante largos minutos.

   Finalmente, y mirándome con gran seriedad ‒algo poco común en ella‒ respondió:

—Si siguiéramos al pie de la letra las enseñanzas de Sri Aurobindo tendríamos que ser todos célibes… ¿Ya?... Él, a partir de algún momento, practicó el más absoluto celibato, y eso era lo que recomendaba a los discípulos que practicaban su Yoga, siendo el sexo un obstáculo para el descenso de la Fuerza.

—¿O sea que con Madre era una relación únicamente espiritual?

—Sí, pues … Aunque sin duda se amaban: ambos decían que eran la misma conciencia en dos cuerpos.

—¿Qué te hace pensar eso…, que se amaban? 

   Asomó un casi invisible rubor en sus mejillas morenas… y apareció su sonrisa luminosa.

—Moira, pues… Si dos seres se unen en una tarea común, una tarea tan al servicio de un ideal trascendente, tiene como que haber mucho amor en esa relación… Además, escuché lo que cuentan los sadhaks más ancianos… Por eso no dudo de su amor, como tampoco dudo de que fue una relación únicamente espiritual, porque eran grandes seres y habrán podido vencer ese impulso en ellos. 

—¿Y se supone que para seguir sus enseñanzas hay que hacer lo mismo? Pero… ¿cómo es tu relación con Pascal?

   Anandadevi se rió a las carcajadas y entre risas me confesó:

—Oye, nosotros no somos grandes seres… y además somos jóvenes… De manera que no queremos renunciar al sexo, al menos por ahora, y además queremos tener hijos. Es muy difícil seguir ese precepto… Para los hindúes quizás es más fácil, no olvides que dentro de su tradición existe la práctica del celibato, llamada brahmacharya*, y que en casi todas las enseñanzas del Hinduísmo hay una fuerte preferencia por la renuncia al sexo.  

   Me gustaron esas explicaciones de Anandadevi. Venía de muchos años de practicar el celibato, lo cual no me había costado nada, por ser algo natural y consecuencia de mi duelo. Sabía que es perfectamente posible… Y aunque en los últimos tiempos había tenido algunas fantasías (todas dirigidas a Joan) y la atracción que despertaba en Alfonso no parecía molestarme demasiado, saber que el celibato es recomendable para una práctica seria con el Yoga me resultó digno de consideración.


Impulsivamente, tomo una decisión


  La siguiente cita con Alfonso fue muy agradable e instructiva durante la primera hora, en el bar.  Recuerdo bien lo  que dijo:

—El mensaje central de Sri Aurobindo es que hay que sacar al planeta de la Oscuridad y llevarlo a lo Divino… Para eso hay que reemplazar nuestra conciencia ignorante por la verdadera conciencia psíquica y espiritual… El hombre es un ser en mutación, evolucionar es transformarse, y podemos ser los conscientes colaboradores de nuestra evolución. Nuestra meta como especie es transformarnos en pos de una creciente perfección, manifestar en forma creciente a lo Divino aquí en la tierra.

 Alfonso se expresaba con entusiasmo…

—Sri Aurobindo profetizó que en el futuro habrá una raza supramental que estará en relación al hombre como el hombre lo está al animal. Pero puede demorar centurias o más que eso, milenios… Y él sabía lo que hoy en día sabe la Nueva Física: que manipulando la conciencia se puede manipular la energía y la materia… 

   Fue una erudita exposición, muy reveladora. 

   Pero mientras hablaba, Alfonso me miraba con esos ojos que parecían decirme: “quiéreme un poquito”.    

   Después del café en el bar me invitó a cenar. Y mientras íbamos hacia el restaurante, tomó varias veces mi codo cuando cruzábamos las calles. El contacto era respetuoso, aunque me pareció excesiva la presión de sus manos. Pero bueno: era un hombre muy enérgico, sus manos tenían mucha fuerza y sus dedos no sabían apretar de otro modo. Ese fue mi razonamiento, si bien sentí un  peligro acercándose. 

  Durante la cena todo estuvo bien, aunque no me gustó la cantidad de vino que Alfonso tomó. Y me pareció extraño que bebiera vino, porque en la primera cena sólo había bebido agua mineral. 

   Cuando pidió una segunda botella, le pregunté si no estaba mal para un practicante de Yoga beber tanto alcohol. 

—¿Cómo así? —dijo sin mostrar embarazo—. Es de noche, estamos platicando, un poquito de vino no está mal…  

  No estaría mal, pero cuando íbamos por el postre Alfonso estaba un poco ebrio. Me miraba con esos ojos… y repentinamente dijo:

—Ya sabes niña que mi permanencia en Auroville está por terminar, debo volver a México, pero me quedan unos días libres hasta que salga mi avión… Me daría mucho gusto visitar Madurai, una ciudad muy antigua, apenas unas horitas de carro desde aquí… Y quiero que me acompañes, para pasar esos días juntos... 

   Quedé tan sorprendida por la invitación que no atiné a responder… Mi silencio pareció darle coraje: mientras yo me sumergía en el postre (unas deliciosas castañas con crema), él apresó mi mano izquierda ‒que yacía sobre la mesa‒ y la acarició con fuerza… 

  Yo no lo miraba, pero miraba su mano, grande, fuerte y velluda… Intenté soltarme y no pude…, y él continuó estrujando mi mano con su manaza, mientras iniciaba una declaración amorosa.    

   Se expresó con énfasis, y por detrás de su mirada sensual percibí un interés serio y profundo. Dijo que yo era una niña lindísima e inteligentísima, que le gustaba muchísimo, que esperaba que en el tiempo que nos quedaba pudiéramos conocernos mejor y que por eso me estaba invitando a Madurai… Y que también quería que lo visitara en México. 

   Cuando pude soltar mi mano y encontrar las palabras adecuadas, le comuniqué muy respetuosamente, con amabilidad, que él sólo me interesaba como amigo y que si algo en mi comportamiento de esos días le había dado esperanzas, que me perdonara… Y que no me parecía oportuno viajar juntos a Madurai, pero que la amistad con él me agradaba y podíamos continuar viéndonos.   

   La decepción se pintó en el rostro de Alfonso… No dijo nada, pero su mirada decía todo: era una mirada de gran desencanto, casi de tristeza… Pidió la cuenta y anunció que me acompañaría hasta el hotel. 

  Yo creí que el asunto estaba resuelto. Sin embargo, mientras caminábamos por las calles oscuras volvió a presionarme, diciendo que deseaba mucho viajar conmigo y que me rogaba que aceptara su invitación.  

  Cuando llegamos cerca de la puerta del hotel me arrinconó contra un muro lateral e insistió, mirándome con esos ojos suplicantes, obsesivos, lastimeros... Arrastraba las palabras, como toda persona que ha bebido mucho, y su aliento era desagradable. Temí que perdiera el control e intentara besarme o abrazarme. Y para que se fuera, le dije que iba a pensar lo del viaje. Pero él no se movía del lugar donde estaba, cerrándome el paso. 

—Quiero ir contigo… Dime ahorita que sí… —repetía.

   Tenía que sacármelo de encima… Así que le dije que bueno, que iría con él de viaje si aceptaba que no podíamos ser más que amigos. Por supuesto estaba mintiendo, no pensaba irme de viaje con él, pero quería calmar su ansiedad: en ese momento era un hombre totalmente ebrio. 

   Mi respuesta pareció tranquilizarlo, aunque no sé si se la creyó del todo. Me juró que aceptaba ser solamente mi amigo y quedamos en vernos dos noches después, a fin de arreglar los detalles del viaje. Él hubiera preferido un encuentro la noche siguiente, pero inventé una excusa, porque necesitaba tiempo para resolver el problema. 

  Me escoltó hasta la puerta y allí se despidió con un abrazo que casi me tritura y con sonoros besos en mis mejillas. Y yo llegué a mi habitación muy molesta y preocupada, sintiendo que no podría resolver el problema fácilmente. 

  Y esa noche dormí muy mal, con pesadillas… 

  

   Me desperté tempranísimo y después del desayuno fui casi corriendo hasta el local de Anandadevi. 

   Le conté lo sucedido, pero no me aconsejó… Ya fuese porque Alfonso era amigo de Pascal o por lo que fuera, no solamente no atinó a decirme nada sino que lo defendió un poco.

—Me asombra lo que me cuentas, pues Moira… ¡El Alfonso es un hombre tan correcto!... Nunca supe que bebiera alcohol… Creo que bebió para darse valor... Es un verdadero yogui, muy dedicado a su sadhana… Tienes que asumir que se ha enamorado de ti…  y por eso actúa de esa manera… 

—Puede ser, pero estoy espantada… No quiero tener nada con él y temo que se ponga cada vez más pesado.

  Anandadevi volvió a elogiar a Alfonso, diciendo que le daba pena y que era una lástima que a mí no me gustara, pero aceptando que en asunto de amores no hay consejos que valgan.  

  Yo también sentía pena por Alfonso… Era sin duda un hombre con valores, y posiblemente mi amiga tenía razón y él estaba un poco enamorado de mí. Pero como lo charlamos esa mañana: la atracción, el enamoramiento, son algo muy misterioso, como muchas otras cosas de la vida, y por más que quisiera esforzarme, mis sentimientos se inclinaban en dirección a Joan, no en dirección a Alfonso.

  Salí de la tienda muy contrariada. Y me fui a caminar sin rumbo fijo por la ciudad…

  Después de largo rato dando vueltas, y casi sin darme cuenta, me hallé delante de la estación de autobuses. Sin pensarlo demasiado, entré. Y también sin pensarlo demasiado, fui hasta la ventanilla donde vendían boletos para Madrás y compré uno para la mañana siguiente. Madrás estaba cerca: me pareció un buen lugar para quedarme algunos días.  

   Aliviada, volví a la tienda para decirle a mi amiga que me iba. Le pedí que no le contara a Alfonso que estaría en Madrás, por las dudas, y ella replicó riendo que no es tan fácil encontrar a una persona en una ciudad tan grande como Madrás. Pero yo no estaba tan segura. 

   Anandadevi me hizo prometerle que regresaría y nos despedimos con gran cariño. 

   A la tarde me despedí del doctor Nagendra, quien se asombró un poco por mi partida repentina. Tuve que volver a mentir, diciendo que iba a encontrarme con una amiga, porque hubiera sido totalmente imposible contarle al doctor los verdaderos motivos.

   Y al día siguiente, bien temprano, partí rumbo a Madrás. 



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