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Esta es la tapa virtual

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Diario y Capítulo 7

 Diario de Moira


20 de enero, por la noche 


   Hoy volví a conversar con Ana y Javier: es que me caen muy bien. Hace poco que están en la India, es su primera vez y éste es uno de los primeros lugares que visitan. Los orienté un poco y les recomendé sitios, como Satyavanam y Pondicherry, que además están relativamente cerca. 

   Javier está muy interesado en Sri Aurobindo, de quién parece saber bastante.  Estuvimos dialogando sobre sus enseñanzas y Javier trató de comparar a Sri Aurobindo con Sri Ramana… 

   Opiné que, aunque los dos son muy grandes, no pueden compararse, porque sus transmisiones apuntan a algo muy diferente.

   A Sri Aurobindo le interesaba la evolución,  la transformación de los seres humanos y la transformación planetaria. Sus enseñanzas proponen eso: transmutar, divinizar la Tierra,  el descenso de lo Divino.

  Al Maharshi, en cambio, nada de eso le importaba. Él decía que lo que se mueve, cambia y progresa es la forma que la Vida habita, pero la Vida no cambia, es siempre perfecta, así que no necesita evolucionar.

   Siendo puro Advaita Vedanta*, su transmisión invita a romper el hechizo del samsara* y la ilusión de que el cuerpo y los fenómenos son lo real.  Y la única forma de romperlo es despertando a su irrealidad. 

   Pero Sri Aurobindo no buscaba romper el hechizo, sino perfeccionarlo. Había sido un político revolucionario antes de despertar a lo espiritual y su enseñanza también tiene algo de revolucionario. 

  Javier me preguntó quién me gustaba más. Tardé en responderle, porque era una pregunta difícil… 

   Finalmente le dije que me gustaban ambos y que ambos son necesarios. 

   Es fundamental realizar, experimentar, que somos Espíritu, que todo en última instancia es Espíritu. Y esa es la enseñanza de Sri Ramana Maharshi. 

   Pero también es importante manifestar con creciente perfección a ese Espíritu, en nosotros y en el mundo, y esa es la enseñanza de Sri Aurobindo. 

   A Javier pareció gustarle mi respuesta…


  Y ahora me voy a sumergir en los recuerdos de la segunda vez que fui a Pondicherry.




Capítulo 7


De nuevo a Pondicherry


   Me había ido de Satyavanam en un taxi, y al llegar a Tiruchirappalli le pedí al taxista que me dejara en el hotel que ya conocía: era cómodo y un buen lugar para detenerme hasta definir mi rumbo. 

   Y me detuve por varios días…

   Pasaba más tiempo en el hotel ‒fresco y agradable‒ que afuera, donde el calor durante el día era opresivo. Pero al atardecer salía… Deambulaba por las abarrotadas calles y me sentaba en bares y restaurantes, mirando sin ver la vida de la ciudad. Estaba desanimada y confusa, sin fuerzas para visitar nuevos lugares o para viajar ya a Delhi, adonde tendría que ir ‒en pocas semanas‒ para renovar la visa. 

   Por último, decidí volver a Pondicherry: estaba cerca, tenía amigos y era un buen sitio para pasar esas semanas.  

   Y esta vez viajé con gran comodidad: me fui del hotel con un taxi que ellos me llamaron y delante de una agencia de turismo me subí a un autobús muy confortable, que tuve que cambiar por otro a mitad del viaje. Como todo estaba reservado de antemano desde el hotel (donde dejé buenas propinas), no me tuve que preocupar por nada durante el trayecto, mientras reflexionaba respecto a las ventajas de comportarme como una turista más. 

   No fueron muchas horas, si bien el cambio de vehículo significó una demora, y llegué por la tarde temprano a Pondicherry.

   Fui al mismo hotel de la vez anterior, cuyo dueño me recibió con una gran sonrisa, y      después de una breve ducha y cambio de ropa, salí a buscar a mis amigos. 

   Al doctor Nagendra no lo encontré, pero le dejé una nota en su oficina, y luego de una merienda a la francesa (café con leche y varios “croissants”) fui hasta el local de Anandadevi. 

  Como su horario habitual era por la mañana (por la tarde a veces iba y a veces no), temí que no estuviera. Y me puse a observar el pequeño negocio (ubicado junto a otros en una de las calles céntricas de Pondy), desde la vereda de enfrente. 

   Había dos personas atendiendo y pude distinguir la inconfundible figura de mi amiga. Muy contenta me acerqué y miré a través de los vidrios: Anandadevi estaba detrás del mostrador, enseñando un jarrón de cerámica a unos turistas. 

  No quise entrar para no estorbarla y decidí esperar hasta que se fueran los clientes. Pero ella me vio y sus ojos se agrandaron por la sorpresa. Dejando los compradores a cargo de su compañera, salió y me abrazó, con muchas exclamaciones de bienvenida.  

   Nos contamos brevemente lo más importante… No había muchas novedades por su parte: seguía feliz y tranquila, trabajando y practicando su sadhana junto a su compañero Pascal. 

   Pasé el resto de la tarde en la tienda y cuando volví al hotel ya me sentía mucho mejor. 


  Al día siguiente lo vi al doctor, quien se mostró muy contento por mi regreso.

—La Madre Divina quiso que volvieras… Posiblemente mi transmisión de las enseñanzas tiene que continuar.

   Y continuó… Mi anciano mentor volvió a orientarme: retomé las lecturas guiada por él y retomé la sadhana del Yoga de Sri Aurobindo, que según el doctor nunca había dejado, ni siquiera en forma inconsciente. 

    Mi bienestar fue aumentando con el pasar de los días: nuevamente serena y feliz. Volví al ritmo que había llevado durante mi anterior estadía, el cual incluía caminar por las calles de la hermosa ciudad y sentarme a meditar frente al mar. 

   Y dejé de pensar en Joan, a quien casi con seguridad nunca volvería a encontrar. 


La habitación de Sri Aurobindo: enredos y fantasías


   Había una visita guiada en el ashram y lo que más me impresionó fue ver la habitación del maestro. La señora que nos conducía dijo que Sri Aurobindo pasaba la mayor parte de su tiempo allí, practicando su  sadhana (¡sí, él nunca dejó de practicar!), escribiendo y ocupándose de su numerosa correspondencia. Madre era su casi único contacto con el mundo exterior, exceptuando algunas fechas en las que daba darshan.  

  Allí estaban sus muebles, sus objetos, y entre ellos un gran sillón de un solo cuerpo,   tapizado en una tela estampada. Al estar frente a ese lugar, al ver las cosas que él había usado, me emocioné muchísimo: era casi como estar en su presencia. Y lo que más me impresionó fue el sillón: ¡su sillón!

  El tiempo del que disponíamos para mirar era brevísimo, y me conmovió tanto ver su habitación que decidí hacer una nueva visita guiada. Quería vislumbrar nuevamente su espacio y sobre todo ese sillón, donde él había pensado y sentido… A lo mejor, el sillón mantenía algo de su aura, algo suyo energético. Y sentía un fuerte deseo de tocarlo, de acariciar la tela…  Pero el anhelo por acercarme al sillón era tan fuerte como imposible, porque no estaba permitido acercarse demasiado y mucho menos tocar los objetos.  


    Hice la visita guiada una segunda vez, apenas unos días después de la primera. La señora que nos conducía  me miró con curiosidad, pero no dijo nada. 

    De nuevo me afectó intensamente ver esa habitación y los objetos que habían sido del maestro: el reloj de pared, la biblioteca, su escritorio, la alfombra sobre la cual había caminado…  y por supuesto el sillón, el bendito sillón.

   Era tan intenso lo que me pasaba, tan profunda la emoción que sentía, que pensé en hacer la visita guiada de nuevo, mientras iba dando forma a una idea, a un “pedido especial” que se me había ocurrido al final de la segunda visita. 

  Pero era consciente de que hacer la visita por tercera vez era un poco absurdo y de que la señora que la guiaba ya me había observado con curiosidad. Por eso me sentí en la obligación de darle explicaciones y de paso formular mi “pedido especial”. Éste había ido robusteciéndose como idea con el pasar de las horas, alimentado por mis anhelos, los cuales eran tan grandes que estaba casi segura que me dirían que sí. 

   Un rato antes de la tercera visita, apenas dos días después de la segunda, fui a la oficina donde sabía que trabajaba dicha señora. 

   Se trataba de una ashramita* de mediana edad, de aspecto ascético y mirada algo severa, quien (como me había explicado el doctor) estaba a cargo de esa tarea solamente durante esos días, ya que tenía otras responsabilidades en el ashram. 

   Entré en su oficina, que compartía con otros ashramitas, me acerqué a su escritorio y le dije que tenía que formular un pedido. Me atendió con amabilidad, mientras yo le explicaba que había hecho ya dos visitas guiadas (ella asintió con la cabeza con una expresión de reconocimiento), y le confesaba que nada me daba tanta felicidad como visitar el cuarto que había sido de Sri Aurobindo, mirar los objetos que él había usado, etc., etc. 

    Ella me escuchaba con curiosidad, su severa mirada algo suavizada, mientras yo desgranaba frases con explicaciones para llegar en forma convincente al “pedido especial”. 

    Estuve varios minutos explayándome acerca de lo que sentía… y hasta allí todo estuvo bien. 

   Entonces me atreví:

—Yo… Me gustaría… Espero no lo tome como una insolencia… El doctor Nagendra me conoce bien… 

  Su rostro adusto era la imagen de la curiosidad.

—Me gustaría… Quiero decir… ¿Sería posible que me permitieran quedarme unos minutos a solas dentro de la habitación de Sri Aurobindo?... Es para sentarme a meditar allí… 

  Se quedó mirándome con estupefacción… y enseguida, con enorme aspereza, casi con enojo, declaró que eso era totalmente imposible y que no entendía como se me había ocurrido una idea tan absurda.

  Salí de su oficina pidiendo disculpas y algo avergonzada, y por supuesto ya no fui a otra visita guiada. 

   Durante el siguiente encuentro con el doctor le conté lo sucedido. Y él  también me miró con asombro.

  Por lo visto, mi pretensión había sido ridícula. Pero después el doctor dijo que me comprendía, y sugirió que me sentara a meditar frente a la tumba, donde estaban los restos de Sri Aurobindo y Madre. Muchos lo hacían, y eso no solamente estaba permitido sino también muy valorado por los ashramitas. Y el doctor me aseguró que alrededor de la tumba también había una energía especial, muy propicia para la meditación. 

  Sin embargo, yo pensaba que una tumba no es lo mismo que una habitación con los objetos que alguien usó en vida, y me llevó muchos días hacer caso a esa sugerencia. 


Auroville. La sadhana de Anandadevi 


   Por diversos motivos, no había podido visitar Auroville (donde vivía Anandadevi) durante mi primera estadía en Pondicherry. Por eso, apenas me reencontré con ella le pedí que me invitara.

  Auroville es un proyecto comunitario, una ciudad del futuro, fundada por Madre durante los últimos años de su vida. Está en un territorio extenso, a unos diez kilómetros de Pondy, y la formaban grupos de pequeñas comunidades esparcidas por el campo. Gran parte de los habitantes eran jóvenes y provenientes de muchísimos países, aunque me pareció que predominaban los franceses. 

   Los emprendimientos dentro de Auroville apuntaban al autosostenimiento: agricultura, productos lácteos, panadería, objetos artesanales; y servicios indispensables como la  educación, la salud y la investigación en energías alternativas. Los nombres de cada comunidad eran muy sugestivos: Aspiración, Fraternidad, Aceptación, Fértil, Transformación, Confianza, Disciplina, Unidad, y otros similares. 

   En mi primera visita, Anandadevi me llevó a ver el Matrimandir, símbolo de la aspiración de Auroville por lo Divino. Era una enorme esfera dorada, que todavía estaban construyendo y que  albergaría un gran espacio de meditación.

   La casa de Anandadevi tenía un precioso jardín por delante y estaba rodeada de árboles. Su diseño era futurista, con formas redondeadas y pequeños pasillos laberínticos en el interior que comunicaban un espacio con otro. Casi no tenía muebles y tampoco adornos. Luego supe que había otras casas con diseños poco convencionales en Auroville, construídas por jóvenes arquitectos que vivían allí.  

   Durante esa visita, mientras ayudaba a mi amiga a preparar un budín de coco, le pedí que me contara por qué y cómo había llegado a Auroville.   

  Su rostro resplandeció… 

—Vivía en París y no podía volver a Chile, de donde partí enseguida después del golpe de estado. Pero no estaba demasiado contenta allí, nada me agradaba… Mis padres vinieron a visitarme y me regalaron dinero. Y como yo tenía trabajo y eso era plata que sobraba, pensé en hacer un viaje, pues… Pero lo que me atraía de la India era su exotismo, estaba todavía como lejos de lo espiritual… 

  Su relato fue interrumpido por la aparición de Pascal, quien después de preguntarle algo se marchó. Y ella continuó: 

—Mira lo que me ocurrió… Cuando iba en el avión, tuve una compañera de asiento que fue como una mensajera del cielo. ¿Has visto que a veces se le confiesa a un desconocido más que a un amigo?... Pues a esta mujer le conté muchas cosas… Le conté que no era feliz, que no sabía qué hacer con mi vida, que estaba harta de París pero no sabía adonde ir…  Entonces ella me habló de Auroville… Y fue tan lindo lo que me contó, no solamente sobre Auroville sino también sobre Sri Aurobindo y Madre, que recién llegada a Bombay me vine corriendo para acá… Y ya no me fui pues…

   Pascal había nuevamente aparecido, y cuando Anandadevi terminó su relato, ambos se pusieron a conversar sobre asuntos domésticos. 

    Me dirigí al jardín, para que hablaran tranquilos, y me puse a reflexionar acerca de lo extraño que es el destino de las personas. Un suceso aparentemente casual, algo inesperado y breve, puede desviar nuestras vidas en direcciones completamente nuevas. El descubrimiento de Auroville por parte de mi amiga había sido muy mágico, y no dudé que ella también había recibido un mensaje desde otros planos, como le pasaba a Sri Aurobindo, aunque en este caso el mensaje había venido a través de una persona conocida “casualmente” en un avión. 


   El resto de la tarde lo pasamos en el jardín, sentadas cómodamente a la sombra de los altos árboles. Y le pedí a Anandadevi su opinión sobre ciertas instrucciones del doctor Nagendra, las cuales a menudo me parecían inalcanzables.

—A veces siento que el trabajo evolutivo que plantea Sri Aurobindo es muy difícil de llevar a cabo y  fuera del alcance de las personas corrientes. 

 —Ya…, esta sadhana no es fácil… Se trata de una transformación…, una transformación mental, emocional y física… Y lo más difícil es transformar nuestros planos vitales: nuestros deseos y emociones, el miedo, la ira, los apegos, la pasión… Sri Aurobindo decía que incluso los grandes sabios y santos tienen dificultades, están limitados por su naturaleza humana. 

  Entonces le pregunté si esa constante alegría que notaba en ella era un resultado de su sadhana o había sido siempre así. 

—Mira, me preguntas algo que nunca he pensado… Creo que antes de mi sadhana no era tan alegre… 

—Entonces te transformaste —comenté.

—Ya, pero… yo sigo una práctica espiritual que hace las cosas más fáciles… No es una práctica que sirva para todos… Se necesita muchísima fe, muchísima entrega… Sri Aurobindo la bautizó como el “Camino que el sol ilumina”.

—¿El Camino que el sol ilumina? —pregunté deslumbrada, porque cada nuevo descubrimiento acerca de las enseñanzas del maestro provocaba deslumbramiento  en mí—. ¿Y cómo es? 

 —Es un camino de fe, de luz, de confianza y alegría… Una sadhana basada en la absoluta entrega: me apoyo en lo Divino por completo y acepto todo lo que ocurre como algo que lo Divino me envía.

—Me parece ideal… y fácil.

—Para mí lo es… No me cuesta nada entregarme, tener fe, sentir devoción… Pero no todas las personas pueden entregarse con facilidad… No todas las personas pueden sentir devoción y fe…   

  Mientras me explicaba cómo era su práctica, Anandadevi parecía inspirada.

—Mira… Sé que hay Alguien más poderoso que yo ocupándose de todo, de mi sadhana y también de mi vida, de manera que trato de no preocuparme por nada… Y casi siempre lo consigo.

  En ese momento apareció Pascal trayendo café y el budín de coco.

  Pascal era un chico muy alto, de movimientos ágiles y rostro inteligente. Su relación con Anandadevi, según lo que mostraban y lo que ella me comentaba a veces, era muy armoniosa. Pero a diferencia de mi amiga, él era bastante serio y también silencioso. Iba y venía en actitud reconcentrada, y alguna vez, al comentarle a ella esta actitud de su compañero, me dijo que Pascal estaba siempre practicando su sadhana. 

   Eso era lo que recomendaba Sri Aurobindo: practicar en medio de las actividades normales de la vida. Y por lo visto, Pascal lo conseguía, lo cual no le impedía ser muy activo y  participar en varias actividades productivas y organizativas en Auroville.   

   Nos dedicamos los tres al café y al budín, que estaba delicioso. Lo elogié tanto que Anandadevi envolvió dos generosas porciones en un papel blanco y me las dio para llevármelas.

  Después nos quedamos los tres en silencio, mirando como el sol se ocultaba detrás de los árboles, hasta que llegó el taxi que había contratado para buscarme.


La tumba de Sri Aurobindo y una experiencia 


   Una tarde junto al mar ‒que estaba muy encrespado y con grandes olas‒ el doctor Nagendra me preguntó si me había sentado a meditar frente a la tumba, como él había sugerido. Le confesé mis dudas, las cuales él rechazó con vehemencia, manifestando que cerca de la tumba la energía era poderosa. 

  Tuve que hacerle caso. Y lo que ocurrió me demostró que las cosas son mucho más misteriosas de lo que pensamos y creemos…

  Una mañana dejé el hotel muy temprano y fui directamente al gran patio del ashram  donde está la tumba, la cual es un monumento sencillo, de baja altura y forma rectangular, sobre el cual siempre se ven ofrendas de flores. 

   Cuando llegué ya había gente: algunos de pie en actitud de recogimiento, otros sentados sobre el suelo con los ojos cerrados.  

   Encontré para acomodarme un pequeño espacio que me pareció perfecto: no muy lejos del monumento, pero algo escondido. Había llevado un almohadón y también un chal, que puse extendido bajo el almohadón. Era una mañana placentera y fresca, con un cielo diáfano y una suave brisa marina. 

   Después de una breve y fervorosa plegaria, dirigida a lo Divino, cerré los ojos y rápidamente entré  en meditación. Había en mí un sentimiento de profunda e intensa aspiración. Pero también entrega, mucha entrega…  

  Estuve largo tiempo con mis pensamientos casi detenidos, excepto alguna fugaz idea que dejaba desvanecerse en el silencio. Podía percibir movimientos en los alrededores, pero no les prestaba atención.  

  De a poco fui perdiendo la noción de lo que me rodeaba… Y dejé de sentir mi cuerpo… 

   Hasta que,  repentinamente, todo se detuvo… 

   No solamente mis pensamientos… El tiempo parecía haberse detenido también… 

   Todo estaba quieto… 

   Todo era sosiego…, silencio…, calma… 

   Y una inmensa Quietud, hecha de silencio y paz, estaba descendiendo y envolviéndome… 

   Como una nube incorpórea y sutil, una nube de pura energía, que me abrazaba… 

   Una nube de Silencio y Paz… 

   

   Después de un tiempo sin tiempo, sentí que estaba volviendo a mi estado normal…  

   Sin embargo, esa misma tarde algo raro empezó a suceder. Tenía extrañas sensaciones:  vibraciones en mi frente, un cosquilleo en la columna, y por momentos percibía exquisitos aromas, aunque no hubiera flores cerca. Eran impresiones suaves y agradables, y me sentía muy bien, con un sentimiento de deleite. 

  Cuando se lo conté al doctor se alegró mucho, y dijo que el Silencio y la Paz son lo primero que desciende, y que si bien al principio son breves experiencias, con la práctica prolongada se arraigan. 

  También dijo que ese Silencio y esa Paz son imprescindibles, porque cuando la Fuerza y la Luz empiezan a descender, su intensidad necesita de una gran Quietud para soportarlas. Y opinó que el descenso había comenzado y que eso que sentía (el cosquilleo, las vibraciones) eran un indicio de que la Fuerza estaba empezando a trabajar  en mí. 

  Con el pasar de los días las vibraciones y el cosquilleo desaparecieron,  pero algo de esa Quietud permaneció… Y también una suave alegría.


 La Agenda de Madre

 

 En ésta, mi segunda visita a Pondicherry, el doctor mencionaba con más frecuencia a Madre que a Sri Aurobindo, quizás porque del maestro ya me había contado lo más importante. Y al evocarla, solía insistir con una enseñanza que para él era fundamental y que  según decía, Madre reiteraba a menudo: 

   “Sé consciente, es la inconsciencia la que impide la Transformación.”

   Las anécdotas del doctor acerca de Madre fueron despertando en mí un enorme interés por ella. Y como quise oír otra campana, aproveché que por esos días Pascal estaba menos ocupado y decidí acudir a él en busca de información. Pascal había llegado a Auroville poco antes que ella desencarnara y la había conocido.   

    Lo primero que Pascal me dijo fue que Madre era muy esotérica: le interesaban todos los fenómenos ocultos, como el del poder del pensamiento sobre el cuerpo y asuntos semejantes. Madre decía que todas las vibraciones se irradian y que las vibraciones vitales, mentales y espirituales son contagiosas. Por eso el aura de un ser muy evolucionado tiene un efecto benéfico sobre las personas que se le aproximan: los influencia, los lleva a su nivel vibratorio. Y por eso, en las Tradiciones de Oriente, la visita a los maestros y la estadía en sus ashrams es parte de la búsqueda espiritual. 

   Al contarme Pascal esto, recordé lo que sentía en Satyavanam: las vibraciones del padre Mark, un ser muy amoroso y evolucionado, tenían un efecto benéfico. Y me imaginé al ashram de Sri Aurobindo cuando él y Madre vivían como igualmente paradisíaco. 

    

    Cuando Pascal y Anandadevi me invitaron por segunda vez a visitarlos, colaboré preparando las verduras para el almuerzo. Entre las mismas había una hortaliza india que me gustaba mucho, que se llama “drumstick” (palo de tambor),  y que en realidad es el fruto de un árbol, de forma alargada, color verde oscuro y sabor delicioso. 

   Mientras ayudaba en la cocina ‒que era un rincón futurista dentro del espacio futurista‒ le pedí a Pascal que me contara más acerca de Madre. Y Pascal lo hizo, mientras yo me dedicaba concienzudamente a los “palos de tambor”… 

   Después que Sri Aurobindo desencarnara, Madre había continuado el trabajo sobre sí misma para lograr la Transformación. Y todo lo que le pasaba, lo que percibía y experimentaba, se lo contaba a un discípulo y confidente, un francés llamado Satprem, quien lo grababa y luego lo escribía. 

   Esa transcripción de Satprem está publicada y se llama “la Agenda de Madre”. Son muchos volúmenes, aunque su autor hizo versiones más condensadas, y por esos días    mucha gente en Auroville los estaba leyendo, Pascal entre ellos.

  Madre decía que la evolución ocurre en el cuerpo, y que el cuerpo del ser humano futuro ‒el ser humano supramental‒ será otro, muy distinto al que tenemos ahora.  Estará hecho de energía concentrada que obedecerá a la voluntad: en vez de órganos habrá un juego de vibraciones. La nueva conciencia tendrá que transformar poco a poco las modalidades de esta clase de cuerpo. Creará un cuerpo que no requiera tanta densidad y que no necesitará  alimentos, porque se alimentará de luz. 

    Ya Sri Aurobindo había dicho que las leyes de la naturaleza son hábitos y que el Espíritu  puede cambiar todos los hábitos de la naturaleza. 

 Y Madre afirmaba que la muerte también es un hábito, un hábito de la mente material. El problema es que las células del cuerpo obedecen a esa mente material: nuestras células están programadas para que el cuerpo muera. Pero Madre decía que se puede cambiar la programación de las células y que ocurrirá un cambio vibratorio en la materia para que eso sea posible.  

  Era tan interesante lo que Pascal me contó, que al sentarnos a comer no disfruté del arroz con “palos de tambor”. Los comí, pero sin apetito… Todo mi ser estaba concentrado en esas nuevas revelaciones. 


Ultimos días en Pondicherry


    Mis días transcurrían pacíficamente… 

    Caminaba por la ciudad, entre los hermosos edificios coloniales; me encontraba con mis amigos; leía los escritos de Sri Aurobindo y Madre;  y me sentaba a meditar frente al mar. Pasaba muchas horas sentada frente al mar, con todo mi ser enfocado en lo Divino. 

   De a ratos sentía el impulso por quedarme en Pondicherry indefinidamente. Pero eran ideas inconstantes, fantasías que iban y venían como las olas del mar. Sabía que no podía detenerme aún:  tenía que continuar viajando y aprendiendo.  

   Y además, tenía que volver a Delhi: mi visa vencería en breve y no quería ir a último momento por si hubiera complicaciones. Después de seis meses la renovación no es automática y lo más prudente era hacer ese trámite ahí, donde en última instancia le pediría al cónsul argentino que me ayudara.  

  Así que, a pesar de lo bien que me sentía, me preparé para dejar Pondicherry. 

  Me despedí de mis amigos y de los lugares con un poco de pena. Era una desazón suave y dulce, pero desazón al fin… Claro que eso es parte de la vida de un viajero: despedirse, una y otra vez… 

   Lamentablemente, también es parte de la vida de un viajero, al menos de un viajero por la India, sufrir cada vez que tiene que subirse a un tren. De nuevo tenía que viajar en tren: dada la enorme distancia era inevitable. No se me ocurrió ni remotamente ir en avión. A pesar de la prometida ayuda de mis padres, no quería excederme en los gastos, y la diferencia de precio entre el tren y el avión era inmensa. Además, yo era una peregrina… 

   Tampoco me agradaba la idea de volver a Delhi, la ciudad-caos, y tener que moverme entre sus multitudes, subir a vehículos, sentir sus peculiares olores y escuchar sus estridentes sonidos. Pero tenía que hacerlo. 

  Así que me resigné a lo que me esperaba y me entregué…


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