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Esta es la tapa virtual

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miércoles, 3 de marzo de 2021

Sri Aurobindo. El enigma de este mundo (2)

 

   Es cierto que todavía queda el problema de por qué todo esto tuvo que ser necesario: estos rudimentarios comienzos, este largo y tempestuoso pasaje. ¿Por qué un precio tan opresivo y abrumador, por qué el sufrimiento y el mal?  

   Para el cómo de la caída en la ignorancia, hay un acuerdo sustancial en todas las experiencias espirituales: lo que produjo esto fue la división, la separación, el principio de aislamiento respecto al Uno Eterno.  Fue debido al ego asentándose en el mundo, enfatizando preferentemente su propio deseo y auto-afirmación,  en vez de su unidad con lo Divino y con todo. Fue porque en lugar de la única suprema Fuerza, Sabiduría y Luz determinando la armonía de todas las fuerzas, se permitió a cada Idea, Fuerza y Forma de las cosas trabajar tan lejos como podía —dentro de la masa de infinitas posibilidades— mediante su voluntad separada, y por eso,  inevitablemente,  en conflicto con las demás. 

   División, ego, conciencia imperfecta, caminar a tientas y la lucha por una separada auto-afirmación,  son la causa del sufrimiento y la ignorancia en este mundo. Una vez que las conciencias estuvieron separadas de la Conciencia Única, ineludiblemente cayeron en la ignorancia, y el último resultado de la ignorancia fue la inconciencia.

    Desde un oscuro e inmenso Inconsciente surge el mundo material.  Y desde éste un alma que, mediante la evolución, lucha por ser consciente, atraída por la oculta Luz y ascendiendo, aunque todavía a ciegas, hacia la perdida Divinidad de la cual emanó.

   ¿Pero por qué esto tenía que suceder así? 

   Una forma común de hacer la pregunta y contestarla debe eliminarse desde el principio: la forma humana, su rebeldía ética, su protesta emocional. Porque no se trata, como suponen algunas religiones, de que una supra-cósmica y arbitraria Deidad personal, desapegada por completo de la caída, ha impuesto el mal y el sufrimiento sobre las criaturas hechas caprichosamente por decreto suyo. 

   Lo Divino que conocemos es un Ser Infinito, en cuya infinita manifestación estas cosas se han presentado. Es lo Divino mismo quien está aquí, detrás de nosotros, permeando la manifestación, soportando al mundo desde su  unicidad. Es lo Divino lo que está en nosotros, soportando el peso de la caída y de sus oscuras consecuencias. 

   Si bien se yergue eternamente por encima, en su Luz, Deleite y Paz perfectas, también está aquí: su Luz, Deleite y Paz están secretamente aquí, sosteniendo todo. 

   En nosotros hay un espíritu, una presencia central más grande que las series de personalidades de superficie, el cual —como lo Supremo Divino mismo— no es abatido por el destino que soporta. 

   Si encontramos esta Divinidad dentro de nosotros, si nos reconocemos como este espíritu que es de la misma esencia y ser que lo Divino, esa es nuestra puerta a la liberación y ahí  podemos permanecer —incluso en medio de las desarmonías de este  mundo— luminosos, bendecidos y libres. Ese es el testimonio, desde tiempos muy antiguos, de las experiencias espirituales.

     ¿Pero cuál es el origen y el propósito de esta falta de armonía? ¿Por qué vinieron la división, el ego y este mundo de penosa evolución? ¿Por qué  tienen que incorporarse el mal y el sufrimiento al Bien, a la Paz y a la Felicidad divinas? 

   Es difícil responder a la inteligencia humana en su mismo nivel, porque la Conciencia a la cual pertenece el origen de este fenómeno es una Conciencia Cósmica, no una inteligencia humana individualizada. Percibe dentro de espacios más amplios, tiene otra visión y otra comprensión. Son niveles de conciencia distintos a la razón y al sentimiento humanos. 

   A la mente humana uno podría responder:  mientras que en sí mismo el Infinito puede estar libre de esas perturbaciones, una vez que comienza la manifestación, también comienzan las infinitas posibilidades. Y entre las infinitas posibilidades que la manifestación universal puede desarrollar, la negación (la aparente negación, con todas sus consecuencias) del Poder, de la Luz, de la Paz, del Deleite, es evidentemente una posibilidad más. 

   Si se pregunta por qué, si bien posible, esto tenía que ser aceptado, la respuesta más cercana a la Verdad Cósmica que la inteligencia humana puede formular es que: en las relaciones o en la transición desde lo Divino en Unidad hacia lo Divino en multiplicidad, la posibilidad de lo maligno se volvió, a cierto punto, ineludible. Porque una vez que esto aparece, adquiere —para el Alma que desciende a la manifestacion evolutiva— una irresistible atracción, la cual se vuelve inevitable. 

   Es una atracción que, en términos humanos, a nivel terrestre, podría ser interpretada como el llamado de lo desconocido; la alegría del peligro, de la dificultad y la aventura; el deseo de lograr lo imposible, de desarrollar lo ilimitado; el deseo de crear lo nuevo y no creado a partir de uno mismo y de la vida como materiales; la fascinación por las contradicciones y su difícil armonización. Estas cosas, traducidas a una conciencia supra-física, supra-humana, más alta y más amplia que la mental, fueron la tentación que condujo a la caída. Para el original ser de luz al borde del descenso, lo desconocido era la profundidad del abismo, las posibilidades de lo Divino en la ignorancia y en la inconsciencia. 

   Por otra parte, desde la Divina Unidad, hay una vasta y compasiva aceptación,  que consiente y ayuda. Un supremo conocimiento de que esto debe ser, de que una vez aparecido, debe ser desarrollado. Que su aparición es, en cierto sentido, parte de una incalculable sabiduría infinita. Que si arrojarse hacia la Noche era inevitable, la emergencia de un nuevo Día sin antecedentes también es una certeza. 

   Sólo así una cierta manifestación de la Verdad Suprema podía ser efectuada: por un desarrollo de opuestos fenoménicos como el punto de partida de la evolución… 

   Pero es únicamente entrando en esa conciencia superior, que uno puede comprender la inevitabilidad de esa auto-creación y de su propósito. Las supremas realidades asumen sus formas divinas y se sienten como simples, naturales e implicadas en la esencia de las cosas, solamente cuando uno ha cruzado la barrera de la inteligencia limitada y ha compartido la experiencia cósmica y el conocimiento que ve las cosas desde la identidad. 

   Ésta es la Verdad de la manifestación, tal como se presenta a la conciencia cuando la misma se instala en el límite entre la Eternidad y el descenso en el Tiempo, donde la relación entre el Uno y los muchos está —en la evolución— auto-determinada: una zona donde todo lo que ha de ser ya potencialmente lo es, aunque no  todavía en acción. 

   Pero la conciencia liberada puede elevarse a mayor altura,  donde el problema no existe más, y desde allí verlo a la luz de una Suprema Identidad, donde todo está predeterminado en la verdad auto-existente de las cosas, y auto-justificado para la conciencia, la sabiduría y el deleite absolutos que están por detrás de toda la creación y no-creación.  Allí, la afirmación y la negación son ambas vistas con los ojos de la inefable Realidad, que las libera y las reconcilia. Pero ese conocimiento no es comunicable a la mente humana: su lenguaje de luz es demasiado indescifrable, la misma luz demasiado brillante para una conciencia acostumbrada a la tensión y a la oscuridad del enigma cósmico, y tan enredada en el mismo que no podría encontrar la clave o descubrir su secreto. 

   En cualquier caso, es solamente cuando nos elevamos —mediante el espíritu— mas allá de la zona de oscuridad y lucha, que llegamos al completo significado de esto, liberándose el alma de ese enigma. Elevarse a ese nivel es la verdadera salida y la única posibilidad para el conocimiento auténtico.

                                                                                                (continúa)

   


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